UN BOSQUE ARDIENDO BAJO UN MAR DESNUDO.



UN BOSQUE ARDIENDO BAJO UN MAR DESNUDO

Si se hiciera un estudio riguroso de la poesía en lengua española de las últimas décadas hasta hoy, casi seguro que nos daríamos de frente con una realidad difícil de admitir: no es oro todo lo que reluce. Ocurre que suenan más los nombres que las obras. La poesía ha quedado fragmentada, dividida entre los que están y los que son pero no están. Este es el quid de la cuestión. Lo mismo que en la sociedad ha calado el discurso de la mediocridad y el pensamiento único, en la poesía ha ocurrido tres cuartos de lo mismo. Si leemos con detenimiento las obras poéticas más recientes comprenderemos mejor esta circunstancia. La bonanza de la poesía y de la joven en particular no es tanta como se nos quiere hacer creer. No toda innovación o todo lo nuevo es bueno. El hecho experimental es importante, pero no lo es menos el de la diferencia, esa búsqueda del poeta por encontrar su propia voz, que es de lo que adolece la poesía a la que me he referido con anterioridad. El poeta no puede ser un amanuense, un copista que repite sin cesar la misma escritura que sus coetáneos. Hay que arriesgar, huir de lo fácil y adentrarse en el silencio y la oscuridad, bucear en la palabra para hallar la palabra misma, esa que es capaz de sacudirnos, de electrizarnos por el resplandor de su propia luz. Habría que revisar con detenimiento el devenir de los últimos años, siempre desde el respeto a la diferencia y la justa valoración de las obras escritas en ese período, y he dicho obras y no nombres. Consecuencia de una reflexión profunda y ese continuo deseo de búsqueda del “yo” poético, determinado por la experiencia vivencial del poeta, sorprende el poemario “Un bosque ardiendo bajo un mar desnudo”, de joséagustín hayadelatorre (Perú, Lima, 1981), actualmente doctorando en literatura por la Universidad de Salamanca. Un experimento poético que parte del propio desarraigo del poeta, de la necesidad de comunicar con los demás para encontrarse a sí mismo, recorriendo para ello un camino de obstáculos salvables, pero a veces muy complejos. 

El poeta ahonda e interpreta todo lo que se muestra ante sus ojos, y en un ejercicio de latente curiosidad indaga y bucea en la condición humana a través de la realidad más cercana. Hayadelatorre contempla el diálogo permanente entre los opuestos como si fuese una necesidad imperiosa. Así, “Un bosque ardiendo bajo un mar desnudo” se convierte en un libro complejo en su estructura, en la forma y el fondo, donde cohabita la poesía y el poema en prosa. Para el poeta el desprendimiento de lo aprehendido alcanza un valor relevante, le apremia recorrer múltiples caminos para después desandarlos, hasta construir su verdad poética, su voz: «las virtudes de un poeta son / las de un asesino: a galope so- / bre un caballo ciego intenta / lacerar una selva pétrea hasta / encontrar su arteria. escucha / su sí mismo, el que no es él / donde es todos, y embellece / la destrucción y sueña lo que / destruye dándole a los muros / la forma de su rostro». Pero en esa búsqueda constante del “yo” poético no existe la exclusión del “otro”, todo lo contrario, porque su concepción del mundo no puede sino reivindicar lo humano: «…Yo recito / las lágrimas en las lápidas irradiadas del alba, las estampas / de la clarividencia en los entierros: soy centro y éxodo, / persisto ante el parpadeo. / He aquí el signo de la creación. Sólo existo / en el otro. Me determinan mi calidez nómada / y mi circunstancia sedentaria (La unida de la luz / es fragmentaria). Así, el tamaño de mi ausencia». La poesía de Hayadelatorre es reflexiva y profunda, no atiende lo superfluo, no le interesa lo banal, de ahí que siempre esté en continuo movimiento que suba y descienda, que frecuente el límite: «…Y sigo, / hacia el final de toda posesión…Resuelvo / hacia la dislocación: la mudez del grito. Y continúo / el descenso hacia la luz…». En este continuo divagar del poeta y su particular manera de interpretar el mundo destacan poemas clave como “Itinerario” («Preguntar por las últimas palabras de los libros y morir con el susurro en los labios»), “Desinencias”, “Virtud de la ceniza”, “Querella del doble”, “Lenguaje de los bosques” (la Naturaleza es una constante en su escritura) o “Nefelibata”, del que extraemos estos versos que cierran el poema: «Así, contempla desde las honduras los senderos / de la vida y la muerte. / Imagina tu hábitat en el desierto. Y habla / enumerando la nada, / tu existencia». Toda la tensión poética contenida en este libro podría resumirse con esta afirmación del poeta: «Priman las palabras para dar forma a las ideas, no al revés”.
Título: Un bosque ardiendo bajo un mar desnudo
Autor: joséagustín hayadelatorre
Edita: Amargord (Madrid, 2016)


UN BOSQUE ARDIENDO BAJO UN MAR DESNUDO.



UN BOSQUE ARDIENDO BAJO UN MAR DESNUDO

Si se hiciera un estudio riguroso de la poesía en lengua española de las últimas décadas hasta hoy, casi seguro que nos daríamos de frente con una realidad difícil de admitir: no es oro todo lo que reluce. Ocurre que suenan más los nombres que las obras. La poesía ha quedado fragmentada, dividida entre los que están y los que son pero no están. Este es el quid de la cuestión. Lo mismo que en la sociedad ha calado el discurso de la mediocridad y el pensamiento único, en la poesía ha ocurrido tres cuartos de lo mismo. Si leemos con detenimiento las obras poéticas más recientes comprenderemos mejor esta circunstancia. La bonanza de la poesía y de la joven en particular no es tanta como se nos quiere hacer creer. No toda innovación o todo lo nuevo es bueno. El hecho experimental es importante, pero no lo es menos el de la diferencia, esa búsqueda del poeta por encontrar su propia voz, que es de lo que adolece la poesía a la que me he referido con anterioridad. El poeta no puede ser un amanuense, un copista que repite sin cesar la misma escritura que sus coetáneos. Hay que arriesgar, huir de lo fácil y adentrarse en el silencio y la oscuridad, bucear en la palabra para hallar la palabra misma, esa que es capaz de sacudirnos, de electrizarnos por el resplandor de su propia luz. Habría que revisar con detenimiento el devenir de los últimos años, siempre desde el respeto a la diferencia y la justa valoración de las obras escritas en ese período, y he dicho obras y no nombres. Consecuencia de una reflexión profunda y ese continuo deseo de búsqueda del “yo” poético, determinado por la experiencia vivencial del poeta, sorprende el poemario “Un bosque ardiendo bajo un mar desnudo”, de joséagustín hayadelatorre (Perú, Lima, 1981), actualmente doctorando en literatura por la Universidad de Salamanca. Un experimento poético que parte del propio desarraigo del poeta, de la necesidad de comunicar con los demás para encontrarse a sí mismo, recorriendo para ello un camino de obstáculos salvables, pero a veces muy complejos. 

El poeta ahonda e interpreta todo lo que se muestra ante sus ojos, y en un ejercicio de latente curiosidad indaga y bucea en la condición humana a través de la realidad más cercana. Hayadelatorre contempla el diálogo permanente entre los opuestos como si fuese una necesidad imperiosa. Así, “Un bosque ardiendo bajo un mar desnudo” se convierte en un libro complejo en su estructura, en la forma y el fondo, donde cohabita la poesía y el poema en prosa. Para el poeta el desprendimiento de lo aprehendido alcanza un valor relevante, le apremia recorrer múltiples caminos para después desandarlos, hasta construir su verdad poética, su voz: «las virtudes de un poeta son / las de un asesino: a galope so- / bre un caballo ciego intenta / lacerar una selva pétrea hasta / encontrar su arteria. escucha / su sí mismo, el que no es él / donde es todos, y embellece / la destrucción y sueña lo que / destruye dándole a los muros / la forma de su rostro». Pero en esa búsqueda constante del “yo” poético no existe la exclusión del “otro”, todo lo contrario, porque su concepción del mundo no puede sino reivindicar lo humano: «…Yo recito / las lágrimas en las lápidas irradiadas del alba, las estampas / de la clarividencia en los entierros: soy centro y éxodo, / persisto ante el parpadeo. / He aquí el signo de la creación. Sólo existo / en el otro. Me determinan mi calidez nómada / y mi circunstancia sedentaria (La unida de la luz / es fragmentaria). Así, el tamaño de mi ausencia». La poesía de Hayadelatorre es reflexiva y profunda, no atiende lo superfluo, no le interesa lo banal, de ahí que siempre esté en continuo movimiento que suba y descienda, que frecuente el límite: «…Y sigo, / hacia el final de toda posesión…Resuelvo / hacia la dislocación: la mudez del grito. Y continúo / el descenso hacia la luz…». En este continuo divagar del poeta y su particular manera de interpretar el mundo destacan poemas clave como “Itinerario” («Preguntar por las últimas palabras de los libros y morir con el susurro en los labios»), “Desinencias”, “Virtud de la ceniza”, “Querella del doble”, “Lenguaje de los bosques” (la Naturaleza es una constante en su escritura) o “Nefelibata”, del que extraemos estos versos que cierran el poema: «Así, contempla desde las honduras los senderos / de la vida y la muerte. / Imagina tu hábitat en el desierto. Y habla / enumerando la nada, / tu existencia». Toda la tensión poética contenida en este libro podría resumirse con esta afirmación del poeta: «Priman las palabras para dar forma a las ideas, no al revés”.
Título: Un bosque ardiendo bajo un mar desnudo
Autor: joséagustín hayadelatorre
Edita: Amargord (Madrid, 2016)


UN BOSQUE ARDIENDO BAJO UN MAR DESNUDO.



UN BOSQUE ARDIENDO BAJO UN MAR DESNUDO

Si se hiciera un estudio riguroso de la poesía en lengua española de las últimas décadas hasta hoy, casi seguro que nos daríamos de frente con una realidad difícil de admitir: no es oro todo lo que reluce. Ocurre que suenan más los nombres que las obras. La poesía ha quedado fragmentada, dividida entre los que están y los que son pero no están. Este es el quid de la cuestión. Lo mismo que en la sociedad ha calado el discurso de la mediocridad y el pensamiento único, en la poesía ha ocurrido tres cuartos de lo mismo. Si leemos con detenimiento las obras poéticas más recientes comprenderemos mejor esta circunstancia. La bonanza de la poesía y de la joven en particular no es tanta como se nos quiere hacer creer. No toda innovación o todo lo nuevo es bueno. El hecho experimental es importante, pero no lo es menos el de la diferencia, esa búsqueda del poeta por encontrar su propia voz, que es de lo que adolece la poesía a la que me he referido con anterioridad. El poeta no puede ser un amanuense, un copista que repite sin cesar la misma escritura que sus coetáneos. Hay que arriesgar, huir de lo fácil y adentrarse en el silencio y la oscuridad, bucear en la palabra para hallar la palabra misma, esa que es capaz de sacudirnos, de electrizarnos por el resplandor de su propia luz. Habría que revisar con detenimiento el devenir de los últimos años, siempre desde el respeto a la diferencia y la justa valoración de las obras escritas en ese período, y he dicho obras y no nombres. Consecuencia de una reflexión profunda y ese continuo deseo de búsqueda del “yo” poético, determinado por la experiencia vivencial del poeta, sorprende el poemario “Un bosque ardiendo bajo un mar desnudo”, de joséagustín hayadelatorre (Perú, Lima, 1981), actualmente doctorando en literatura por la Universidad de Salamanca. Un experimento poético que parte del propio desarraigo del poeta, de la necesidad de comunicar con los demás para encontrarse a sí mismo, recorriendo para ello un camino de obstáculos salvables, pero a veces muy complejos. 

El poeta ahonda e interpreta todo lo que se muestra ante sus ojos, y en un ejercicio de latente curiosidad indaga y bucea en la condición humana a través de la realidad más cercana. Hayadelatorre contempla el diálogo permanente entre los opuestos como si fuese una necesidad imperiosa. Así, “Un bosque ardiendo bajo un mar desnudo” se convierte en un libro complejo en su estructura, en la forma y el fondo, donde cohabita la poesía y el poema en prosa. Para el poeta el desprendimiento de lo aprehendido alcanza un valor relevante, le apremia recorrer múltiples caminos para después desandarlos, hasta construir su verdad poética, su voz: «las virtudes de un poeta son / las de un asesino: a galope so- / bre un caballo ciego intenta / lacerar una selva pétrea hasta / encontrar su arteria. escucha / su sí mismo, el que no es él / donde es todos, y embellece / la destrucción y sueña lo que / destruye dándole a los muros / la forma de su rostro». Pero en esa búsqueda constante del “yo” poético no existe la exclusión del “otro”, todo lo contrario, porque su concepción del mundo no puede sino reivindicar lo humano: «…Yo recito / las lágrimas en las lápidas irradiadas del alba, las estampas / de la clarividencia en los entierros: soy centro y éxodo, / persisto ante el parpadeo. / He aquí el signo de la creación. Sólo existo / en el otro. Me determinan mi calidez nómada / y mi circunstancia sedentaria (La unida de la luz / es fragmentaria). Así, el tamaño de mi ausencia». La poesía de Hayadelatorre es reflexiva y profunda, no atiende lo superfluo, no le interesa lo banal, de ahí que siempre esté en continuo movimiento que suba y descienda, que frecuente el límite: «…Y sigo, / hacia el final de toda posesión…Resuelvo / hacia la dislocación: la mudez del grito. Y continúo / el descenso hacia la luz…». En este continuo divagar del poeta y su particular manera de interpretar el mundo destacan poemas clave como “Itinerario” («Preguntar por las últimas palabras de los libros y morir con el susurro en los labios»), “Desinencias”, “Virtud de la ceniza”, “Querella del doble”, “Lenguaje de los bosques” (la Naturaleza es una constante en su escritura) o “Nefelibata”, del que extraemos estos versos que cierran el poema: «Así, contempla desde las honduras los senderos / de la vida y la muerte. / Imagina tu hábitat en el desierto. Y habla / enumerando la nada, / tu existencia». Toda la tensión poética contenida en este libro podría resumirse con esta afirmación del poeta: «Priman las palabras para dar forma a las ideas, no al revés”.
Título: Un bosque ardiendo bajo un mar desnudo
Autor: joséagustín hayadelatorre
Edita: Amargord (Madrid, 2016)


UN BOSQUE ARDIENDO BAJO UN MAR DESNUDO.



UN BOSQUE ARDIENDO BAJO UN MAR DESNUDO

Si se hiciera un estudio riguroso de la poesía en lengua española de las últimas décadas hasta hoy, casi seguro que nos daríamos de frente con una realidad difícil de admitir: no es oro todo lo que reluce. Ocurre que suenan más los nombres que las obras. La poesía ha quedado fragmentada, dividida entre los que están y los que son pero no están. Este es el quid de la cuestión. Lo mismo que en la sociedad ha calado el discurso de la mediocridad y el pensamiento único, en la poesía ha ocurrido tres cuartos de lo mismo. Si leemos con detenimiento las obras poéticas más recientes comprenderemos mejor esta circunstancia. La bonanza de la poesía y de la joven en particular no es tanta como se nos quiere hacer creer. No toda innovación o todo lo nuevo es bueno. El hecho experimental es importante, pero no lo es menos el de la diferencia, esa búsqueda del poeta por encontrar su propia voz, que es de lo que adolece la poesía a la que me he referido con anterioridad. El poeta no puede ser un amanuense, un copista que repite sin cesar la misma escritura que sus coetáneos. Hay que arriesgar, huir de lo fácil y adentrarse en el silencio y la oscuridad, bucear en la palabra para hallar la palabra misma, esa que es capaz de sacudirnos, de electrizarnos por el resplandor de su propia luz. Habría que revisar con detenimiento el devenir de los últimos años, siempre desde el respeto a la diferencia y la justa valoración de las obras escritas en ese período, y he dicho obras y no nombres. Consecuencia de una reflexión profunda y ese continuo deseo de búsqueda del “yo” poético, determinado por la experiencia vivencial del poeta, sorprende el poemario “Un bosque ardiendo bajo un mar desnudo”, de joséagustín hayadelatorre (Perú, Lima, 1981), actualmente doctorando en literatura por la Universidad de Salamanca. Un experimento poético que parte del propio desarraigo del poeta, de la necesidad de comunicar con los demás para encontrarse a sí mismo, recorriendo para ello un camino de obstáculos salvables, pero a veces muy complejos. 

El poeta ahonda e interpreta todo lo que se muestra ante sus ojos, y en un ejercicio de latente curiosidad indaga y bucea en la condición humana a través de la realidad más cercana. Hayadelatorre contempla el diálogo permanente entre los opuestos como si fuese una necesidad imperiosa. Así, “Un bosque ardiendo bajo un mar desnudo” se convierte en un libro complejo en su estructura, en la forma y el fondo, donde cohabita la poesía y el poema en prosa. Para el poeta el desprendimiento de lo aprehendido alcanza un valor relevante, le apremia recorrer múltiples caminos para después desandarlos, hasta construir su verdad poética, su voz: «las virtudes de un poeta son / las de un asesino: a galope so- / bre un caballo ciego intenta / lacerar una selva pétrea hasta / encontrar su arteria. escucha / su sí mismo, el que no es él / donde es todos, y embellece / la destrucción y sueña lo que / destruye dándole a los muros / la forma de su rostro». Pero en esa búsqueda constante del “yo” poético no existe la exclusión del “otro”, todo lo contrario, porque su concepción del mundo no puede sino reivindicar lo humano: «…Yo recito / las lágrimas en las lápidas irradiadas del alba, las estampas / de la clarividencia en los entierros: soy centro y éxodo, / persisto ante el parpadeo. / He aquí el signo de la creación. Sólo existo / en el otro. Me determinan mi calidez nómada / y mi circunstancia sedentaria (La unida de la luz / es fragmentaria). Así, el tamaño de mi ausencia». La poesía de Hayadelatorre es reflexiva y profunda, no atiende lo superfluo, no le interesa lo banal, de ahí que siempre esté en continuo movimiento que suba y descienda, que frecuente el límite: «…Y sigo, / hacia el final de toda posesión…Resuelvo / hacia la dislocación: la mudez del grito. Y continúo / el descenso hacia la luz…». En este continuo divagar del poeta y su particular manera de interpretar el mundo destacan poemas clave como “Itinerario” («Preguntar por las últimas palabras de los libros y morir con el susurro en los labios»), “Desinencias”, “Virtud de la ceniza”, “Querella del doble”, “Lenguaje de los bosques” (la Naturaleza es una constante en su escritura) o “Nefelibata”, del que extraemos estos versos que cierran el poema: «Así, contempla desde las honduras los senderos / de la vida y la muerte. / Imagina tu hábitat en el desierto. Y habla / enumerando la nada, / tu existencia». Toda la tensión poética contenida en este libro podría resumirse con esta afirmación del poeta: «Priman las palabras para dar forma a las ideas, no al revés”.
Título: Un bosque ardiendo bajo un mar desnudo
Autor: joséagustín hayadelatorre
Edita: Amargord (Madrid, 2016)


DIARIO DE ALMERÍA. MANUEL PEÑALVER


TRIBUNA

MANUEL PEÑALVER
Catedrático de Lengua Española de la Univesidad de Almería

Parque de Nicolás Salmerón

Las fuentes de los Peces, del Remador y de los Delfines son un manantial que, infinito, se convierte en perlas blancas que se elevan más allá de los símbolos
Almería es esa ciudad soñada en la que vivir caligrafía una antología de la existencia de modo que la sintaxis de su luz conforma una oda al día y a la madrugada en las rimas del alba cuando los versos son baladas que leemos con dilección cervantina. Por ello mismo, recordamos aquellos instantes que Borges hizo nuestros en la orilla de vivencias, que rescatan el tiempo en su odisea joyceana. Son las siete de la mañana de estas veinticuatro horas del sábado, con ese olor inconfundible que tiene noviembre a metáforas y sinestesias entre la aurora y el ocaso. En mis manos, un hermoso libro que fue editado por el Instituto de Estudios Almerienses en 2012. El título, sugerente y espléndido, letra por letra: «Poesía del paisaje almeriense: estudio y textos». Su autora, María Isabel Galera Fuentes. 
Del mismo extraigo este mirífico poema titulado «Frente al mar de Almería» del gran poeta que es Paco Domene: 
«Heme aquí con treinta años 
/ menos, mar, meditando, 
/ ofreciendo la vida 
/ a quien quiera tomarla /.
 Y tu agua es, mar, la misma 
/para mis pies distintos /. 
Mar: gaviotas me envuelven con ligeros silencios / 
y traíñas se enredan / 
en los peces más vivos /.
 Una turba hay aquí /
 de estrellas y de pájaros /. 
Los filos de esta noche / 
parece que no cortan /
 ni memoria, ni tiempo, /
 ni palabras siquiera: / 
la verdad eres tú /que siempre permaneces /
 en los mismos azules».
Salgo a la calle a las ocho en punto. A los pocos minutos, ya tengo un ejemplar de este periódico, radiante como el fragmento que mueve a la literatura para ponerla en el irrevocable curso que fluye hacia el río de Heráclito. Han muerto dos Maestros de la creatividad: Leonard Cohen y Francisco Nieva. La lectura del periódico es un ejercicio intelectual que enriquece y engrandece la eternidad de lo que sucede en esta tierra y en el mundo. En Andalucía y España. Con sus páginas dilectas, me acerco a un lugar tan paradisíaco como es el Parque de Nicolás Salmerón. Un vergel centenario, donde cada metro cuadrado es una copla a la hermosura que, esplendorosa, prodiga su lirismo en la memoria que habita el olvido. Comienzo por la parte que se conoce como parque nuevo. 
Armonía, belleza, égloga, soneto garcilasiano en los momentos en los que la poesía se hace universal en la historia de la cultura de este mar legendario y antiguo; hecho verso entre el incierto ayer y el hoy distinto. Entre la métrica inefable de Julio Alfredo Egea y aquella escritura que late bajo la luna como un adjetivo que buscamos hasta encontrarlo. Las fuentes de los Peces, del Remador y de los Delfines son un manantial que, infinito, se convierte en perlas blancas que se elevan más allá de los símbolos, para permanecer en nombre propio con la caligrafía de lo que somos y seremos al fin.
Con el nombre del presidente de la primera República, grabado en el aún que emerge, este verde edén se divide en dos partes, que son endecasílabos antológicos que caligrafían sus sílabas desde la calle de Reina Regente hasta la fuente de los Peces y desde esta hasta la avenida del Mar. Cuarenta ocho clases de árboles míticos, desde la palmera de la reina al cerezo japonés, en la raíz de sus sombras nerudianas, treinta y dos clases de arbustos y vivaces, desde la flor de temporada a la viña del Canadá, y monumentos son el otro río de las generaciones, que aclamamos con las estrofas las cuales leímos alguna vez al iniciar el paseo de la infancia. La fuente de los Peces, diseñada por Jesús de Perceval, es un homenaje que versifica la entrada al casco antiguo por la calle Real. Un remanso de paz que perdura en la lámina clásica de su épico universo con un mensaje que semeja la mirada al espejo de la libertad como una magia entre nosotros mismos. 
Definitiva, como la tarde que regresa para seguir su camino hacia el sur, tan secreto y visible como un hexámetro de Homero. Como la sabiduría que contempla la ciudad, cuando caminamos por la historia universal al alcanzar la cumbre de la Alcazaba en la aventura de su leyenda; sabiendo que la perspectiva es la geometría de una lejanía, grandiosa y viva.
Y, así, como una voz que le da forma a su cadencia, surge este límpido poema de Emilio Barón: 
El mar aguarda en vano tus miradas,
 / en vano ensaya espumas en la arena /.
 No partiremos juntos. 
Alguien / -que no eres tú- lo sabe, /
 lo está diciendo el viento gris, / 
el agua en calma de la tarde /.


DIARIO DE ALMERÍA. MANUEL PEÑALVER


TRIBUNA

MANUEL PEÑALVER
Catedrático de Lengua Española de la Univesidad de Almería

Parque de Nicolás Salmerón

Las fuentes de los Peces, del Remador y de los Delfines son un manantial que, infinito, se convierte en perlas blancas que se elevan más allá de los símbolos
Almería es esa ciudad soñada en la que vivir caligrafía una antología de la existencia de modo que la sintaxis de su luz conforma una oda al día y a la madrugada en las rimas del alba cuando los versos son baladas que leemos con dilección cervantina. Por ello mismo, recordamos aquellos instantes que Borges hizo nuestros en la orilla de vivencias, que rescatan el tiempo en su odisea joyceana. Son las siete de la mañana de estas veinticuatro horas del sábado, con ese olor inconfundible que tiene noviembre a metáforas y sinestesias entre la aurora y el ocaso. En mis manos, un hermoso libro que fue editado por el Instituto de Estudios Almerienses en 2012. El título, sugerente y espléndido, letra por letra: «Poesía del paisaje almeriense: estudio y textos». Su autora, María Isabel Galera Fuentes. 
Del mismo extraigo este mirífico poema titulado «Frente al mar de Almería» del gran poeta que es Paco Domene: 
«Heme aquí con treinta años 
/ menos, mar, meditando, 
/ ofreciendo la vida 
/ a quien quiera tomarla /.
 Y tu agua es, mar, la misma 
/para mis pies distintos /. 
Mar: gaviotas me envuelven con ligeros silencios / 
y traíñas se enredan / 
en los peces más vivos /.
 Una turba hay aquí /
 de estrellas y de pájaros /. 
Los filos de esta noche / 
parece que no cortan /
 ni memoria, ni tiempo, /
 ni palabras siquiera: / 
la verdad eres tú /que siempre permaneces /
 en los mismos azules».
Salgo a la calle a las ocho en punto. A los pocos minutos, ya tengo un ejemplar de este periódico, radiante como el fragmento que mueve a la literatura para ponerla en el irrevocable curso que fluye hacia el río de Heráclito. Han muerto dos Maestros de la creatividad: Leonard Cohen y Francisco Nieva. La lectura del periódico es un ejercicio intelectual que enriquece y engrandece la eternidad de lo que sucede en esta tierra y en el mundo. En Andalucía y España. Con sus páginas dilectas, me acerco a un lugar tan paradisíaco como es el Parque de Nicolás Salmerón. Un vergel centenario, donde cada metro cuadrado es una copla a la hermosura que, esplendorosa, prodiga su lirismo en la memoria que habita el olvido. Comienzo por la parte que se conoce como parque nuevo. 
Armonía, belleza, égloga, soneto garcilasiano en los momentos en los que la poesía se hace universal en la historia de la cultura de este mar legendario y antiguo; hecho verso entre el incierto ayer y el hoy distinto. Entre la métrica inefable de Julio Alfredo Egea y aquella escritura que late bajo la luna como un adjetivo que buscamos hasta encontrarlo. Las fuentes de los Peces, del Remador y de los Delfines son un manantial que, infinito, se convierte en perlas blancas que se elevan más allá de los símbolos, para permanecer en nombre propio con la caligrafía de lo que somos y seremos al fin.
Con el nombre del presidente de la primera República, grabado en el aún que emerge, este verde edén se divide en dos partes, que son endecasílabos antológicos que caligrafían sus sílabas desde la calle de Reina Regente hasta la fuente de los Peces y desde esta hasta la avenida del Mar. Cuarenta ocho clases de árboles míticos, desde la palmera de la reina al cerezo japonés, en la raíz de sus sombras nerudianas, treinta y dos clases de arbustos y vivaces, desde la flor de temporada a la viña del Canadá, y monumentos son el otro río de las generaciones, que aclamamos con las estrofas las cuales leímos alguna vez al iniciar el paseo de la infancia. La fuente de los Peces, diseñada por Jesús de Perceval, es un homenaje que versifica la entrada al casco antiguo por la calle Real. Un remanso de paz que perdura en la lámina clásica de su épico universo con un mensaje que semeja la mirada al espejo de la libertad como una magia entre nosotros mismos. 
Definitiva, como la tarde que regresa para seguir su camino hacia el sur, tan secreto y visible como un hexámetro de Homero. Como la sabiduría que contempla la ciudad, cuando caminamos por la historia universal al alcanzar la cumbre de la Alcazaba en la aventura de su leyenda; sabiendo que la perspectiva es la geometría de una lejanía, grandiosa y viva.
Y, así, como una voz que le da forma a su cadencia, surge este límpido poema de Emilio Barón: 
El mar aguarda en vano tus miradas,
 / en vano ensaya espumas en la arena /.
 No partiremos juntos. 
Alguien / -que no eres tú- lo sabe, /
 lo está diciendo el viento gris, / 
el agua en calma de la tarde /.


EL OLIVO EN LA POESÍA POPULAR Y CULTA.

EL OLIVO EN LA POESÍA 
POPULAR Y CULTA


El Instituto de Estudios Almerienses organiza la presentación y charla de Jose Antonio Santano hablándonos de "EL OLIVO EN LA POESÍA POPULAR Y CULTA" en Canjáyar(Almería) el día 27 de noviembre a las 12'00 horas. El acto tendrá lugar en el Salón de Reuniones y Exposiciones, C/ Emilio Esteban Hanza. Luego degustaremos vino de la Bodega de Canjáyar, queso en aceite y aceitunas de la Almazara por invitación del Ayuntamiento de Canjáyar.

EL OLIVO EN LA POESÍA POPULAR Y CULTA.

Cuadernos de Caridemo ha compartido la foto de Jose Antonio Santano.
Publicado por Maribel Cerezuela2 h

EL OLIVO EN LA POESÍA 
POPULAR Y CULTA


El Instituto de Estudios Almerienses organiza la presentación y charla de Jose Antonio Santano hablándonos de "EL OLIVO EN LA POESÍA POPULAR Y CULTA" en Canjáyar(Almería) el día 27 de noviembre a las 12'00 horas. El acto tendrá lugar en el Salón de Reuniones y Exposiciones, C/ Emilio Esteban Hanza. Luego degustaremos vino de la Bodega de Canjáyar, queso en aceite y aceitunas de la Almazara por invitación del Ayuntamiento de Canjáyar.

Reproduzco el marca páginas-invitación editado para la ocasión por el Instituto de Estudios Almerienses.
La imagen puede contener: naturaleza

JUAN PARDO VIDAL en la LIBRERÍA PICASSO.

Estimado/a amigo/a;


La Consejería de Cultura, a través del Centro Andaluz de las Letras, y la Federación Andaluza de Librerías (FAL) han organizado con motivo de la celebración del Día de la Librerías un encuentro con el escritor Juan Pardo Vidal, al que tenemos el gusto de invitarle el próximo viernes 11 en la Librería Picasso a las 19:00 (c/ Reyes Católicos,10). Juan Pardo Vidal hará un elogio a las librerías, y nos hablará de su experiencia como lector y escritor.

JUAN PARDO VIDAL en la LIBRERÍA PICASSO.

Estimado/a amigo/a;


La Consejería de Cultura, a través del Centro Andaluz de las Letras, y la Federación Andaluza de Librerías (FAL) han organizado con motivo de la celebración del Día de la Librerías un encuentro con el escritor Juan Pardo Vidal, al que tenemos el gusto de invitarle el próximo viernes 11 en la Librería Picasso a las 19:00 (c/ Reyes Católicos,10). Juan Pardo Vidal hará un elogio a las librerías, y nos hablará de su experiencia como lector y escritor.

JUAN PARDO VIDAL en la LIBRERÍA PICASSO.

Estimado/a amigo/a;


La Consejería de Cultura, a través del Centro Andaluz de las Letras, y la Federación Andaluza de Librerías (FAL) han organizado con motivo de la celebración del Día de la Librerías un encuentro con el escritor Juan Pardo Vidal, al que tenemos el gusto de invitarle el próximo viernes 11 en la Librería Picasso a las 19:00 (c/ Reyes Católicos,10). Juan Pardo Vidal hará un elogio a las librerías, y nos hablará de su experiencia como lector y escritor.