MANUEL RUIZ AMEZCUA y LENGUAJE TACHADO.



N o es frecuente en nuestros días hallar un texto que no sea correa de transmisión del pensamiento único que, casi sin darnos cuenta, se ha instalado en nuestras vidas de manera tan asfixiante. Hay que reconocer que un hecho así se agradece, porque es como si entrara un aire fresco y renovado por la ventana del saber, esa que de forma destacada concierne al libro, a la lectura, como nos recuerda José Jiménez Lozano cuando dice: «Por eso la lectura no es una forma de cultura, ni una obligación, ni algo útil, ni recomendable, ni siquiera algo conveniente, que lo es, sino una necesidad, la del hombre que precisa del libro, como de respirar, para pensar y sentir, para esclarecer la realidad y el laberinto del mundo». En este contexto de crisis generalizada y más particularmente de pérdida de valores y deshumanización creciente se presenta “Lenguaje tachado”. Escrito desde y por la libertad “Lenguaje tachado”, de Manuel Ruiz Amezcua (Jódar, Jaén, 1952) es un libro que invita, por el género que representa: el ensayo, a la reflexión, al debate, además de aportar conocimiento sobre algunos aspectos fundamentales de la historia literaria española, no solo del pasado y sus figuras más relevantes (San Juan de la Cruz, Cervantes, Lorca, Machado, Prados o Miguel Hernández), sino también del presente (Gimferrer, Colinas). No podemos olvidar, por su condición de poeta, el estudio que dedica al estado actual de la poesía española, que analiza de forma pormenorizada y muy crítica, mostrando su absoluta oposición al movimiento poético de la “nueva sentimentalidad”, más conocida por “poesía de la experiencia”, de la que dice: «Esta “experiencia poética”, que nos intentan vender como nueva es una experiencia de etiqueta, pero de ética, ni de estética. Tiene el tufillo campoamoriano de la mesa camilla y del franquismo sociológico, adobada con unos gramos de inservible realismo socialista, reciclado en postmoderno muy barato. Esta “experiencia”, por mucho que la disfracen, huele a cerrado y canonjía. Es el falso progresismo de los hijos de papá, con mala conciencia y vueltos al redil, pero sin que se note demasiado: ni lo de la conciencia, ni lo del redil». Ruiz Amezcua, poeta silenciado durante muchos años, se rebela en los textos contenidos en “Lenguaje tachado”, que no es sino como dice su prologuista, José María Balcells, un libro «que responde a la idea de que siempre hubo y habrá afanes de marginación del prójimo, afanes de reducir al silencio escritos de los que se recela y a los que se teme por entenderlos desestabilizadores. De ahí los afanes por tacharlos a fin de acallar voces incomodas que lo son por inconformistas, por resistentes a las imposiciones sistemáticas de naturaleza política, o de gremios culturales prepotentes que hacen y deshacen a su antojo con una impunidad que pretende perpetuarse». Ruiz Amezcua es consciente de la realidad que vive, aunque no le gusta y resiste a sus embates continuos, y por no querer ser cómplice de su aletargamiento y ruina, nos propone, también desde la esperanza, seguir el camino del conocimiento, de la palabra que vuela libre como los pájaros, para con ella llevar luz donde sólo habitaba la plena oscuridad. Así hasta los reencuentros con la verdadera literatura, lo que equivale a decir con la vida, que se concreta en los textos ensayísticos que Ruiz Amezcua dedica, con una visión distinta y aportaciones nuevas sobre Juan de Yepes (San Juan de la Cruz), para descubrirnos «el fenómeno sanjuanista y su zambullida en lo Absoluto, teniendo siempre en cuenta que todo arte verdadero en sí mismo es una forma de rebelde heterodoxia contra la productividad rutinaria de lo cotidiano», o de Cervantes, cuando escribe: «Cervantes logró no volverse loco porque había decidido escribir, porque escribir le pareció que era el mejor destino para un hombre, el de ensanchar la vulgaridad que nos rodea y convertirla en algo más divertido y más duradero», también cuando lo hace sobre Machado, García Lorca, Miguel Hernández, Emilio Prados, o de otros poetas actuales como es el caso de Antonio Colinas, cuando afirma que «es uno de esos poetas que ha sabido cumplir con una de las más altas misiones de la poesía: la conversión de la experiencia solitaria en solidaria». Como se ha dicho al principio, “Lenguaje tachado” es un libro que nos invita a reflexionar y a debatir, y por ello, dado el precario estado de la cultura en general y la literatura en particular, se hace necesaria e imprescindible su lectura. Quizá así no perdamos la esperanza en el futuro.


Título: Lenguaje tachado
Autor: Manuel Ruiz Amezcua
Edita: Galaxia Gutenberg
(Barcelona, 2016)



MANUEL RUIZ AMEZCUA y LENGUAJE TACHADO.



N o es frecuente en nuestros días hallar un texto que no sea correa de transmisión del pensamiento único que, casi sin darnos cuenta, se ha instalado en nuestras vidas de manera tan asfixiante. Hay que reconocer que un hecho así se agradece, porque es como si entrara un aire fresco y renovado por la ventana del saber, esa que de forma destacada concierne al libro, a la lectura, como nos recuerda José Jiménez Lozano cuando dice: «Por eso la lectura no es una forma de cultura, ni una obligación, ni algo útil, ni recomendable, ni siquiera algo conveniente, que lo es, sino una necesidad, la del hombre que precisa del libro, como de respirar, para pensar y sentir, para esclarecer la realidad y el laberinto del mundo». En este contexto de crisis generalizada y más particularmente de pérdida de valores y deshumanización creciente se presenta “Lenguaje tachado”. Escrito desde y por la libertad “Lenguaje tachado”, de Manuel Ruiz Amezcua (Jódar, Jaén, 1952) es un libro que invita, por el género que representa: el ensayo, a la reflexión, al debate, además de aportar conocimiento sobre algunos aspectos fundamentales de la historia literaria española, no solo del pasado y sus figuras más relevantes (San Juan de la Cruz, Cervantes, Lorca, Machado, Prados o Miguel Hernández), sino también del presente (Gimferrer, Colinas). No podemos olvidar, por su condición de poeta, el estudio que dedica al estado actual de la poesía española, que analiza de forma pormenorizada y muy crítica, mostrando su absoluta oposición al movimiento poético de la “nueva sentimentalidad”, más conocida por “poesía de la experiencia”, de la que dice: «Esta “experiencia poética”, que nos intentan vender como nueva es una experiencia de etiqueta, pero de ética, ni de estética. Tiene el tufillo campoamoriano de la mesa camilla y del franquismo sociológico, adobada con unos gramos de inservible realismo socialista, reciclado en postmoderno muy barato. Esta “experiencia”, por mucho que la disfracen, huele a cerrado y canonjía. Es el falso progresismo de los hijos de papá, con mala conciencia y vueltos al redil, pero sin que se note demasiado: ni lo de la conciencia, ni lo del redil». Ruiz Amezcua, poeta silenciado durante muchos años, se rebela en los textos contenidos en “Lenguaje tachado”, que no es sino como dice su prologuista, José María Balcells, un libro «que responde a la idea de que siempre hubo y habrá afanes de marginación del prójimo, afanes de reducir al silencio escritos de los que se recela y a los que se teme por entenderlos desestabilizadores. De ahí los afanes por tacharlos a fin de acallar voces incomodas que lo son por inconformistas, por resistentes a las imposiciones sistemáticas de naturaleza política, o de gremios culturales prepotentes que hacen y deshacen a su antojo con una impunidad que pretende perpetuarse». Ruiz Amezcua es consciente de la realidad que vive, aunque no le gusta y resiste a sus embates continuos, y por no querer ser cómplice de su aletargamiento y ruina, nos propone, también desde la esperanza, seguir el camino del conocimiento, de la palabra que vuela libre como los pájaros, para con ella llevar luz donde sólo habitaba la plena oscuridad. Así hasta los reencuentros con la verdadera literatura, lo que equivale a decir con la vida, que se concreta en los textos ensayísticos que Ruiz Amezcua dedica, con una visión distinta y aportaciones nuevas sobre Juan de Yepes (San Juan de la Cruz), para descubrirnos «el fenómeno sanjuanista y su zambullida en lo Absoluto, teniendo siempre en cuenta que todo arte verdadero en sí mismo es una forma de rebelde heterodoxia contra la productividad rutinaria de lo cotidiano», o de Cervantes, cuando escribe: «Cervantes logró no volverse loco porque había decidido escribir, porque escribir le pareció que era el mejor destino para un hombre, el de ensanchar la vulgaridad que nos rodea y convertirla en algo más divertido y más duradero», también cuando lo hace sobre Machado, García Lorca, Miguel Hernández, Emilio Prados, o de otros poetas actuales como es el caso de Antonio Colinas, cuando afirma que «es uno de esos poetas que ha sabido cumplir con una de las más altas misiones de la poesía: la conversión de la experiencia solitaria en solidaria». Como se ha dicho al principio, “Lenguaje tachado” es un libro que nos invita a reflexionar y a debatir, y por ello, dado el precario estado de la cultura en general y la literatura en particular, se hace necesaria e imprescindible su lectura. Quizá así no perdamos la esperanza en el futuro.


Título: Lenguaje tachado
Autor: Manuel Ruiz Amezcua
Edita: Galaxia Gutenberg
(Barcelona, 2016)



VIAJE A LA NADA. ELSA LÓPEZ





M e viene a la memoria, inducido por la lectura de otro libro, el poema “Vida”, epílogo al libro “Cuaderno de Nueva York”,del poeta José Hierro, que comienza con los siguientes versos:
«Después de todo, todo ha sido nada,
 a pesar de que un día lo fue todo.
 Después de la nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada»,

y concluye el poeta, presa del desaliento o la desesperanza, con estos otros:


«Que más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
 después de tanto todo para nada».



Aparente juego de palabras, pero hay más que palabras, existe en ellas una forma de “ser” y “estar” en la vida, una particular concepción del mundo, una experiencia vital totalizadora.
Algo similar podemos encontrar en la lectura de “Viaje a la nada”, de la poeta Elsa López (Fernando Poo, 1943) e ilustraciones de Irma Álvarez-Laviada. Esta nueva propuesta poética de Elsa López nos aventura en una experiencia vivida, en las percepciones y sentires que se producen en un viaje hacia las islas del norte de Europa. Así Elsa López nos irá describiendo las secuencias de ese viaje, que irá construyendo desde la soledad y el silencio, unas veces en prosa y otras en verso, y donde el vacío y la nada vienen a ser un único paisaje: «Así es la nada: blanca, gris y silenciosa. / Solo el mar para nombrarla». Parte la poeta hacia lo desconocido, en la certeza de descubrir un nuevo horizonte, una resplandor único. Tal vez ese viaje al norte sea una metáfora. Atravesar un mar de nieve («La nieve cubre el mundo y ella, quizá, lo sabe», sentir el deslumbramiento del blanco como un continuo abismarse en el vacío y el más tremendo de los silencios es todo uno: «Recurrir al vacío. / Sentirlo dentro como un anillo / que te envuelve y ahoga. / Sentir la nada como sentir la náusea / o el bullir de las plumas de un ángel desplumado. / Su aleteo constante, su constante alborozo, / su energía, sus pausas, su lenta agonía / y sus abrazos». La nieve, incesante, en la mirada detenida de unos ojos que aprehenden todo lo existente a su alrededor. La nieve, incesante, vuelve a ser verso: «Cae del cielo la nada. / Nubes blancas y pequeñas / tienen su forma. / Y así caen desde el cielo. Esponjosa la nada. De algodón la nada. / Los cuervos gritan alborozados / el paso de la muerte». No es este un viaje cualquiera y Elsa López lo sabe bien.
Un constante sentimiento de soledad se afianza en la poeta, de manera que lo real queda trascendido a través de la palabra, y así nos dice: «los aeropuertos lo dejan a uno como dormido, como ajeno a la realidad, a lo que sucede ahí afuera». Ahonda, bucea en esa realidad que sucumbe ante su mirada hasta desnudarla entera, y añade ahora en verso: «La nada se desvanece, / forma claros en la lejanía / y, poco a poco, / se transforma / en negras extensiones de abedules. / Atrás va quedando el frío, / la noche y sus estrellas, / el resplandor de la luz / y las constelaciones». Es el regreso del frío, del mar de hielo, inmenso, infinito en su blancura, resplandor de la nada en el blanco intensísimo de la nieve: «Aquí la vida es el blanco radiante de la nada, / el final de las cosas, el sueño más profundo, / la malograda pretensión de estar aún vivos». Es un vuelo hacia lo desconocido, a todo lo inmaterial, hacia adentro mismo del ser, único, por mucho que describa la realidad vivida:
«Sobre mis hombros colocaron dos alas de metal.
Dos alas de metal blanco.
Debajo un valle de cemento
y el sol por el oeste al declinar el día»,
existe la necesidad de abismarse en el misterio de lo oculto: «La nada es solo aire muerto. / El agua es mansa. / El agua es un espejo negro. / Negra el agua. / La muerte, negra. / Helada la muerte. / Debajo del cristal la nada espera». Es un continuo ir y venir al sentimiento de vacío, de negritud, como si todo se hubiera convertido de la noche a la mañana un paisaje desolador y despoblado. El silencio es un témpano de hielo adherido a la carne y el alma, todo es aterradoramente frío: «Y siempre en mí ese frío. / Siempre pegado a mí ese frío / como una tela de araña… Siempre al acecho el frío». De vuelta de ese frío y ya en la calidez de su Isla de Palma, nos dejará la poeta estos versos finales: «Y detrás, la nada. / Y después de la nada, nada. / Solo el silencio que llevamos dentro». Es “Viaje a la nada” un libro necesario para reencontrarse con la esencia poética de Elsa López.




Título:Viaje a la nada
Autor: Elsa López
Edita: Hiperión (Madrid, 2016)