Carlos Barrantes. Maribel Cerezuela

CARLOS BARRANTES 

presentación para el periódico El Siglo de Almería del  curso 

"Movimiento detenido. Toma y cianotipo" (28 de enero de 2002), por Maribel Cerezuela

Carlos Barrantes. Maribel Cerezuela

CARLOS BARRANTES 

presentación para el periódico El Siglo de Almería del  curso 

"Movimiento detenido. Toma y cianotipo" (28 de enero de 2002), por Maribel Cerezuela

Carlos Barrantes. Maribel Cerezuela

CARLOS BARRANTES 

presentación para el periódico El Siglo de Almería del  curso 

"Movimiento detenido. Toma y cianotipo" (28 de enero de 2002), por Maribel Cerezuela

Carlos Barrantes. Maribel Cerezuela

CARLOS BARRANTES 

presentación para el periódico El Siglo de Almería del  curso 

"Movimiento detenido. Toma y cianotipo" (28 de enero de 2002), por Maribel Cerezuela

El caso Vladimir. Emilio Barón

EMILIO BARÓN PALMA



PERO NO CREAN, LA COSA fue de a poquito, y aquella tarde no pasaron de comprobar mutuamente que les gustaba besarse. Con el tiempo, llegaron a instalarse en una especie de ceremonial erótico-amistoso que duraría varios meses y que se desarrollaba casi todas las tardes y casi invariablemente del siguiente modo: 

Ani llegaba, bueeeeeeenas, su carita morena y moruna colocando una sonrisa entre la puerta y su marco, adelante preciosa, respondía él como en las películas, y entre sonrisas y bromas hete aquí a Ani colocada en cuarto y aplicando sus labios en morrito sobre la boca en morrito de Vladimir, que, qué ricos aquellos besos, ¿eh?
 
-Como todos los besos ricos, señor escribidor, ni más ni menos. 

-Sin duda, sin duda. Bien; seguían así un buen rato interrumpiendo el contacto dermobucal para intercambiar explicaciones, frases banales de no vine antes porque, o he venido antes porque, en las que normalmente salían a relucir una, dos, tres, o hasta las cuatro hermanas de Ani asociadas a complejas rivalidades tribales de familia numerosa y estrictamente femenina, pues si el nombre de la madre surgió más de una vez tono agresivo y reclamando sueldos filiales, no ocurrió así nunca con el padre, que lo tenía, sin duda, pero que debía andar por esos mares de Dios.(29) 

Seguía luego con corrimiento hacia la izquierda de su camacuna por parte de Vladimir, y una invitación a recostarse en el espacio liberado (30) dirigida a Ani quien se reclinaba muy de a poquito en la almohada tras quitarse los zapatos. 

-Un 37. 
-¿Cómo dice usted? 
-Que sigue usted exagerando. Ani calzaba un 37. 
-Ah, ya, Marielle. De acuerdo, pero no interrumpa, por favor. Ani, pues, se recostaba cuan larga era junto a Vladimir, y éste comenzaba a desabotonarle la camisa por debajo del suéter acariciándola y repitiendo los contactos dérmico bucales, hasta acabar contemplando, desnudos, los jóvenes y aceitunados pechos de Ani. Venía después otro tipo de exploraciones, otras pausa, otras frases referidas a la relojería, al vecino tal, o a la mujer del vecino cual, aunque a veces, como esa tarde de primeros de octubre, una semana después del té y el café en la terraza, Ani le dijo: 
Dicen que tú te quisiste matar por ella. 
Levantó Vladimir su cabeza de un pecho algo ensalivado, y pudo oír así, de boca de Ani, una y hasta cinco distintas versiones del accidente que le había llevado a él, un bebé de veinticuatro años nacido en Toledo, asumir la identidad de un marinense poeta, o al revés, que para el caso era lo mismo. De la boca de Ani, pechos al aire, conoció la historia del marinense víctima del amor, y la del marinense arruinado, y la del marinense que tomaba drogas en bares de la costa, e incluso la del marinense fracasado en sus estudios, causas todas, y cada una de ellas, que lo habrían llevado a salir violentamente de este valle de lágrimas, sin siquiera sospechar que la ley del karma es inexorable y escogería su identidad para colgársela a un bebé de veinticuatro años llamado Vladimir y condenado a nacer poetalírico con dos libros publicados y sin saber cuándo café solo o té con leche. Lo que es el karma, lector, no tiene enmienda. 
-Así es. mintió Vladimir, sin precisar con cuál versión se casaba. Ani, claro, escogió la que a ella más le gustaba: 
-¿Y la sigues queriendo? 
Decididamente, pensó Vladimir, Ani era mucho, pero mucho más soñadora o fantástica que Dani. Y también tenía novio, pero éste no estaba en el servicio militar, ni la chica hablaba de él, y bueno, así es la vida ¿no?. 


(29) La figura del padre en esta narración no sale muy bien parada que digamos. El padre de Ani es su primera encarnación, y preludia, en cierto modo, la célebre escena del capítulo tercero, entre el protagonista y su hermana.  
(30) "Corrimiento hacia la izquierda", "espacio liberado".... vocabulario claramente político-militar, de orientación marxista o anarquista (para una interpretación ideológica de la novela), o de connotaciones libidinosas (para una interpretación psicoanalista)... ¡Animo, scholars!
 
del libro LIBRERIA MACONDO (EL CASO VLADIMIR) 
AUTOR: EMILIO BARON 
EDITORIAL: Qüásyeditorial narrativa 
Luis Montoto, 28, 2ª,7 
41018 Sevilla 
1ª edicción Abril de 1991 
ISBN: 84-87435-01-7 
 

El caso Vladimir. Emilio Barón

Emilio Barón Palma



PERO NO CREAN, LA COSA fue de a poquito, y aquella tarde no pasaron de comprobar mutuamente que les gustaba besarse. Con el tiempo, llegaron a instalarse en una especie de ceremonial erótico-amistoso que duraría varios meses y que se desarrollaba casi todas las tardes y casi invariablemente del siguiente modo: 


Ani llegaba, bueeeeeeenas, su carita morena y moruna colocando una sonrisa entre la puerta y su marco, adelante preciosa, respondía él como en las pelicular, y entre sonrisas y bromas hete aqui a Ani colocada en cuarto y aplicando sus labios en morrito sobre la boca en morrito de Vladimir, que, qué ricos aquellos besos, ¿eh?
 
-Como todos los besos ricos, señor escribidor, ni más ni menos. 

-Sin duda, sin duda. Bien; seguían así un buen rato interrumpiendo el contacto dermo bucal para intercambiar explicaciones, frases banales de no vine antes porque, o he venido antes porque, en las que normalmente salían a relucir una, dos, tres, o hasta las cuatro hermanas de Ani asociadas a complejas rivalidades tribales de familia numerosa y estrictamente femenina, pues si el nombre de la madre surgió más de una vez tono agresivo y reclamando sueldos filiales, no ocurrió así nunca con el padre, que lo tenía, sin duda, pero que debía andar por esos mares de Dios.(29) 

Seguía luego con corrimiento hacia la izquierda de su camacuna por parte de Vladimir, y una invitación a recostarse en el espacio liberado (30) dirigida a Ani quien se reclinaba muy de a poquito en la almohada tras quitarse los zapatos. 

-Un 37. 
-¿Cómo dice usted? 
-Que sigue usted exagerando. Ani calzaba un 37. 
-Ah, ya, Marielle. De acuerdo, pero no interrumpa, por favor. Ani, pues, se recostaba cuan larga era junto a Vladimir, y éste comenzaba a desabotonarle la camisa por debajo del suéter acariciándola y repitiendo los contactos dérmico bucales, hasta acabar contemplando, desnudos, los jóvenes y aceitunados pechos de Ani. Venía después otro tipo de exploraciones, otras pausa, otras frases referidas a la relojería, al vecino tal, o a la mujer del vecino cual, aunque a veces, como esa tarde de primeros de octubre, una semana después del té y el café en la terraza, Ani le dijo: 
Dicen que tú te quisiste matar por ella. 
Levantó Vladimir su cabeza de un pecho algo ensalivado, y pudo oír así, de boca de Ani, una y hasta cinco distintas versiones del accidente que le había llevado a él, un bebé de veinticuatro años nacido en Toledo, asumir la identidad de un marinense poeta, o al revés, que para el caso era lo mismo. De la boca de Ani, pechos al aire, conoció la historia del marinense víctima del amor, y la del marinense arruinado, y la del marinense que tomaba drogas en bares de la costa, e incluso la del marinense fracasado en sus estudios, causas todas, y cada una de ellas, que lo habrían llevado a salir violentamente de este valle de lágrimas, sin siquiera sospechar que la ley del karma es inexorable y escogería su identidad para colgársela a un bebé de veinticuatro años llamado Vladimir y condenado a nacer poeta lírico con dos libros publicados y sin saber cuándo café solo o té con leche. Lo que es el karma, lector, no tiene enmienda. 
-Así es. mintió Vladimir, sin precisar con cuál versión se casaba. Ani, claro, escogió la que a ella más le gustaba: 
-¿Y la sigues queriendo? 
Decididamente, pensó Vladimir, Ani era mucho, pero mucho más soñadora o fantástica que Dani. Y también tenía novio, pero éste no estaba en el servicio militar, ni la chica hablaba de él, y bueno, así es la vida ¿no?. 


(29) La figura del padre en esta narración no sale muy bien parada que digamos. El padre de Ani es su primera encarnación, y preludia, en cierto modo, la célebre escena del capítulo tercero, entre el protagonista y su hermana.  
(30) "Corrimiento hacia la izquierda", "espacio liberado".... vocabulario claramente político-militar, de orientación marxista o anarquista (para una interpretación ideológica de la novela), o de connotaciones libidinosas (para una interpretación psicoanalista)... ¡Animo, scholars!
 
del libro LIBRERIA MACONDO (EL CASO VLADIMIR) 
AUTOR: EMILIO BARON 
EDITORIAL: Qüásy editorial narrativa 
Luis Montoto, 28, 2ª,7 
41018 Sevilla 
1ª Edición Abril de 1991 
ISBN: 84-87435-01-7 
 

El caso Vladimir. Emilio Barón


PERO NO CREAN, LA COSA fue de a poquito, y aquella tarde no pasaron de comprobar mutuamente que les gustaba besarse. Con el tiempo, llegaron a instalarse en una especie de ceremonial erótico-amistoso que duraría varios meses y que se desarrollaba casi todas las tardes y casi invariablemente del siguiente modo: 

Ani llegaba, bueeeeeeenas, su carita morena y moruna colocando una sonrisa entre la puerta y su marco, adelante preciosa, respondía él como en las peliculas, y entre sonrisas y bromas hete aqui a Ani colocada en cuarto y aplicando sus labios en morrito sobre la boca en morrito de Vladimir, que, qué ricos aquellos besos, ¿eh?
 
-Como todos los besos ricos, señor escribidor, ni más ni menos. 

-Sin duda, sin duda. Bien; seguían así un buen rato interrumpiendo el contacto dermobucal para intercambiar explicaciones, frases banales de no vine antes porque, o he venido antes porque, en las que normalmente salían a relucir una, dos, trs, o hasta las cuatro hermanas de Ani asociadas a complejas rivalidades tribales de familia numerosa y estrictamente femenina, pues si el nombre de la madre surgió más de una vez tono agresivo y reclamando sueldos filiales, no ocurró así nunca con el padre, que lo tenía, sin duda, pero que debia andar por esos mares de Dios.(29) 

Seguía luego con corrimiento hacia la izquierda de su camacuna por parte de Vladimir, y una invitación a recostarse en el espacio liberado (30) dirigida a Ani quien se reclinaba muy de a poquito en la almohada tras quitarse los zapatos. 

-Un 37. 
-¿Cómo dice usted? 
-Que sigue usted exagerando. Ani calzaba un 37. 
-Ah, ya, Marielle. De acuerdo, pero no interrumpa, por favor. Ani, pues, se recostaba cuan larga era junto a Vladimir, y éste comenzaba a desabotonarle la camisa por debajo del suéter acariciándola y repitiendo los contactos dermicobucales, hasta acabar contemplando, desnudos, los jóvenes y aceitunados pechos de Ani. Venía después otro tipo de exploraciones, otras pausa, otras frases referidas a la relojería, al vecino tal, o a la mujer del vecino cual, aunque a veces, como esa tarde de primeros de octubre, una semana después del té y el café en la terraza, Ani le dijo: 
Dicen que tú te quisiste matar por ella. 
Levantó Vladimir su cabeza de un pecho algo ensalivado, y pudo oír así, de boca de Ani, una y hasta cinco distintas versiones del accidente que le había llevado a él, un bebé de veinticuatro años nacido en Toledo, asumir la identidad de un marinense poeta, o al revés, que para el caso era lo mismo. De la boca de Ani, pechos al aire, conoció la historia del marinense víctima del amor, y la del marinense arruinado, y la del marinense que tomaba drogas en bares de la costa, e incluso la del marinense fracasado en sus estudios, causas todas, y cada una de ellas, que lo habrían llevado a salir violentamente de este valle de lágrimas, sin siquiera sospechar que la ley del karma es inexorable y escogería su identidad para colgársela a un bebé de veinticuatro años llamado Vladimir y condenado a nacer poetalírico con dos libros publicados y sin saber cuándo café solo o té con leche. Lo que es el karma, lector, no tiene enmienda. 
-Así es. mintió Vladimir, sin precisar con cuál versión se casaba. Ani, claro, escogió la que a ella más le gustaba: 
-¿Y la sigues queriendo? 
Decididamente, pensó Vladimir, Ani era mucho, pero mucho más soñadora o fantástica que Dani. Y también tenía novio, pero éste no estaba en el servicio militar, ni la chica hablaba de él, y bueno, así es la vida ¿no?. 


(29) La figura del padre en esta narración no sale muy bien parada que digamos. El padre de Ani es su primera encarnación, y preludia, en cierto modo, la célebre escena del capítulo tercero, entre el protagonista y su hermana.  
(30) "Corrimiento hacia la izquierda", "espacio liberado".... vocabulario claramente político-militar, de orientación marxista o anarquista (para una interpretación ideológica de la novela), o de connotaciones libidinosas (para una interpretación psicoanalista)... ¡Animo, scholars!
 
del libro LIBRERIA MACONDO (EL CASO VLADIMIR) 
AUTOR: EMILIO BARON 
EDITORIAL: Qüásyeditorial narrativa 
Luis Montoto, 28, 2ª,7 
41018 Sevilla 
1ª edicción Abril de 1991 
ISBN: 84-87435-01-7 
 

El caso Vladimir. Emilio Barón


PERO NO CREAN, LA COSA fue de a poquito, y aquella tarde no pasaron de comprobar mutuamente que les gustaba besarse. Con el tiempo, llegaron a instalarse en una especie de ceremonial erótico-amistoso que duraría varios meses y que se desarrollaba casi todas las tardes y casi invariablemente del siguiente modo: 

Ani llegaba, bueeeeeeenas, su carita morena y moruna colocando una sonrisa entre la puerta y su marco, adelante preciosa, respondía él como en las peliculas, y entre sonrisas y bromas hete aqui a Ani colocada en cuarto y aplicando sus labios en morrito sobre la boca en morrito de Vladimir, que, qué ricos aquellos besos, ¿eh?
 
-Como todos los besos ricos, señor escribidor, ni más ni menos. 

-Sin duda, sin duda. Bien; seguían así un buen rato interrumpiendo el contacto dermobucal para intercambiar explicaciones, frases banales de no vine antes porque, o he venido antes porque, en las que normalmente salían a relucir una, dos, trs, o hasta las cuatro hermanas de Ani asociadas a complejas rivalidades tribales de familia numerosa y estrictamente femenina, pues si el nombre de la madre surgió más de una vez tono agresivo y reclamando sueldos filiales, no ocurró así nunca con el padre, que lo tenía, sin duda, pero que debia andar por esos mares de Dios.(29) 

Seguía luego con corrimiento hacia la izquierda de su camacuna por parte de Vladimir, y una invitación a recostarse en el espacio liberado (30) dirigida a Ani quien se reclinaba muy de a poquito en la almohada tras quitarse los zapatos. 

-Un 37. 
-¿Cómo dice usted? 
-Que sigue usted exagerando. Ani calzaba un 37. 
-Ah, ya, Marielle. De acuerdo, pero no interrumpa, por favor. Ani, pues, se recostaba cuan larga era junto a Vladimir, y éste comenzaba a desabotonarle la camisa por debajo del suéter acariciándola y repitiendo los contactos dermicobucales, hasta acabar contemplando, desnudos, los jóvenes y aceitunados pechos de Ani. Venía después otro tipo de exploraciones, otras pausa, otras frases referidas a la relojería, al vecino tal, o a la mujer del vecino cual, aunque a veces, como esa tarde de primeros de octubre, una semana después del té y el café en la terraza, Ani le dijo: 
Dicen que tú te quisiste matar por ella. 
Levantó Vladimir su cabeza de un pecho algo ensalivado, y pudo oír así, de boca de Ani, una y hasta cinco distintas versiones del accidente que le había llevado a él, un bebé de veinticuatro años nacido en Toledo, asumir la identidad de un marinense poeta, o al revés, que para el caso era lo mismo. De la boca de Ani, pechos al aire, conoció la historia del marinense víctima del amor, y la del marinense arruinado, y la del marinense que tomaba drogas en bares de la costa, e incluso la del marinense fracasado en sus estudios, causas todas, y cada una de ellas, que lo habrían llevado a salir violentamente de este valle de lágrimas, sin siquiera sospechar que la ley del karma es inexorable y escogería su identidad para colgársela a un bebé de veinticuatro años llamado Vladimir y condenado a nacer poetalírico con dos libros publicados y sin saber cuándo café solo o té con leche. Lo que es el karma, lector, no tiene enmienda. 
-Así es. mintió Vladimir, sin precisar con cuál versión se casaba. Ani, claro, escogió la que a ella más le gustaba: 
-¿Y la sigues queriendo? 
Decididamente, pensó Vladimir, Ani era mucho, pero mucho más soñadora o fantástica que Dani. Y también tenía novio, pero éste no estaba en el servicio militar, ni la chica hablaba de él, y bueno, así es la vida ¿no?. 


(29) La figura del padre en esta narración no sale muy bien parada que digamos. El padre de Ani es su primera encarnación, y preludia, en cierto modo, la célebre escena del capítulo tercero, entre el protagonista y su hermana.  
(30) "Corrimiento hacia la izquierda", "espacio liberado".... vocabulario claramente político-militar, de orientación marxista o anarquista (para una interpretación ideológica de la novela), o de connotaciones libidinosas (para una interpretación psicoanalista)... ¡Animo, scholars!
 
del libro LIBRERIA MACONDO (EL CASO VLADIMIR) 
AUTOR: EMILIO BARON 
EDITORIAL: Qüásyeditorial narrativa 
Luis Montoto, 28, 2ª,7 
41018 Sevilla 
1ª edicción Abril de 1991 
ISBN: 84-87435-01-7 
 

El caso Vladimir. Emilio Barón

LIBRERÍA MACONDO (EL CASO VLADIMIR)


PERO NO CREAN, LA COSA fue de a poquito, y aquella tarde no pasaron de comprobar mutuamente que les gustaba besarse. Con el tiempo, llegaron a instalarse en una especie de ceremonial erótico-amistoso que duraría varios meses y que se desarrollaba casi todas las tardes y casi invariablemente del siguiente modo: 

Ani llegaba, bueeeeeeenas, su carita morena y moruna colocando una sonrisa entre la puerta y su marco, adelante preciosa, respondía él como en las películas, y entre sonrisas y bromas hete aquí a Ani colocada en cuarto y aplicando sus labios en morrito sobre la boca en morrito de Vladimir, que, qué ricos aquellos besos, ¿eh?
 
-Como todos los besos ricos, señor escribidor, ni más ni menos. 

-Sin duda, sin duda. Bien; seguían así un buen rato interrumpiendo el contacto dermo bucal para intercambiar explicaciones, frases banales de no vine antes porque, o he venido antes porque, en las que normalmente salían a relucir una, dos, tres, o hasta las cuatro hermanas de Ani asociadas a complejas rivalidades tribales de familia numerosa y estrictamente femenina, pues si el nombre de la madre surgió más de una vez tono agresivo y reclamando sueldos filiales, no ocurrió así nunca con el padre, que lo tenía, sin duda, pero que debía andar por esos mares de Dios.(29) 

Seguía luego con corrimiento hacia la izquierda de su camacuna por parte de Vladimir, y una invitación a recostarse en el espacio liberado (30) dirigida a Ani quien se reclinaba muy de a poquito en la almohada tras quitarse los zapatos. 

-Un 37. 
-¿Cómo dice usted? 
-Que sigue usted exagerando. Ani calzaba un 37. 
-Ah, ya, Marielle. De acuerdo, pero no interrumpa, por favor. Ani, pues, se recostaba cuan larga era junto a Vladimir, y éste comenzaba a desabotonarle la camisa por debajo del suéter acariciándola y repitiendo los contactos dermicobucales, hasta acabar contemplando, desnudos, los jóvenes y aceitunados pechos de Ani. Venía después otro tipo de exploraciones, otras pausa, otras frases referidas a la relojería, al vecino tal, o a la mujer del vecino cual, aunque a veces, como esa tarde de primeros de octubre, una semana después del té y el café en la terraza, Ani le dijo: 
Dicen que tú te quisiste matar por ella. 
Levantó Vladimir su cabeza de un pecho algo ensalivado, y pudo oír así, de boca de Ani, una y hasta cinco distintas versiones del accidente que le había llevado a él, un bebé de veinticuatro años nacido en Toledo, asumir la identidad de un marinense poeta, o al revés, que para el caso era lo mismo. De la boca de Ani, pechos al aire, conoció la historia del marinense víctima del amor, y la del marinense arruinado, y la del marinense que tomaba drogas en bares de la costa, e incluso la del marinense fracasado en sus estudios, causas todas, y cada una de ellas, que lo habrían llevado a salir violentamente de este valle de lágrimas, sin siquiera sospechar que la ley del karma es inexorable y escogería su identidad para colgársela a un bebé de veinticuatro años llamado Vladimir y condenado a nacer poeta lírico con dos libros publicados y sin saber cuándo café solo o té con leche. Lo que es el karma, lector, no tiene enmienda. 
-Así es. mintió Vladimir, sin precisar con cuál versión se casaba. Ani, claro, escogió la que a ella más le gustaba: 
-¿Y la sigues queriendo? 
Decididamente, pensó Vladimir, Ani era mucho, pero mucho más soñadora o fantástica que Dani. Y también tenía novio, pero éste no estaba en el servicio militar, ni la chica hablaba de él, y bueno, así es la vida ¿no?. 


(29) La figura del padre en esta narración no sale muy bien parada que digamos. El padre de Ani es su primera encarnación, y preludia, en cierto modo, la célebre escena del capítulo tercero, entre el protagonista y su hermana.  
(30) "Corrimiento hacia la izquierda", "espacio liberado".... vocabulario claramente político-militar, de orientación marxista o anarquista (para una interpretación ideológica de la novela), o de connotaciones libidinosas (para una interpretación psicoanalista)... ¡Animo, scholars!
 
del libro:
LIBRERIA MACONDO (EL CASO VLADIMIR) 
AUTOR: EMILIO BARON 
EDITORIAL: Qüásyeditorial narrativa 
Luis Montoto, 28, 2ª,7 
41018 Sevilla 
1ª Edición Abril de 1991 
ISBN: 84-87435-01-7 
 

Bartlebly y compañía. Enrique Vila-Matas

Enrique Vila-Matas
Bartlebly y compañía
Editorial Anagrama - 2000


                        "Todos somos Bartlebly" parece querer decirnos Enrique Vila-Matas en su espléndida obra Bartlebly y compañía que editada por Anagrama, confirma lo que ya casi todos sabíamos: que aún es posible escribir y editar literatura de alta calidad al margen de modas y grupos.

                        Y "todos somos Bartlebly", porque cuantos sufrimos en nuestras carnes desde nuestra infancia el gusanillo de la escritura, vamos descubriendo con el tiempo que no estamos tan solos como pensábamos, y lo más importante, que no éramos unos bichos raras. Y al igual que Bartlebly, el fascinante personaje que creara Melville, o Adrián, el enigmático protagonista invisible de la última novela de José María Merino, en la que algunos críticos han querido ver la esencia misma de la meta-literatura, como contrapunto a la meta-poesía, o a la meta-pintura, o a la..., recorremos nuestra particular travesía por el desierto en soledad, pero en la oscura compañía de aquellos que nos precedieron en este  singular oficio.

                        La historia de la literatura ha dejado para la posteridad infinidad de "bartleblis más o menos anónimos", como Vila-Matas gusta contarnos. No vamos a extendernos ahora en ellos, que para este viaje no necesitamos alforjas, y sería manido el ponernos ahora a glosar las excelencias de Rulfo, Salinger o Julio Torri inclusive. Pero sí que es cierto que hay quienes ven en semejantes silencios una más que preocupante corriente en la que se ven envueltos desde los tradicionales "negros literarios" (no se asusten, todos sabemos que existen) hasta los más indolentes editores, pasando, por supuesto, por la orla del autor y su obra, para quien tanta disquisición y penuria intelectual las más de las veces le trae al fresco. (Hay un Bartlebly especialmente jugoso literariamente, como muy acertadamente viera el editor Jorge Herralde. Se trata de Joe Gould y de la  recreación novelada de su vida y supuesta obra por el periodista Joseph Mitchel. Gould, quien se consideraba a sí mismo como el último bohemio, vivió y padeció en carne propia los excesos del alcohol y de una vida sucumbida entre la miseria de la ciudad de los rascacielos, y dejó para la historia de la literatura fragmentos de la Historia oral de nuestro tiempo, un auténtico testamento alejado de todo tipo de convencionalismos).

                        No nos engañemos: al igual que hay autores que escriben tanto con la mano derecha como con la izquierda, según el editor y el lector a quienes vaya dirigido su libro, también los hay que optan en un momento de sus vidas por el silencio como privilegio narrativo. Y Vila-Matas ha sabido verlo en toda su dimensión, que no es otra que la de quien en algún momento de su vida se ha sentido un "bartlebly" . Así, semejante gracia abandona el terreno de lo propio y pasa con todos los derechos a engrosar la larga lista de los epítetos. Y mostrando lo mejor de sí mismo, que no siempre se encuentra en lo escrito, sino que ha menudo está en lo no-escrito, se convierte en una forma de ver y de entender la literatura, alejada de corrientes y tendencias, y lo que resulta más juicioso, de las desafortunadas críticas de aquellos / as, que siendo incapaces las más de las veces de escribir nada creativo, dedican su pluma a la ingente labor de desprestigiar la ajena, que casi siempre resulta más atractiva que la suya propia.

                        Por eso, "todos somos Bartlebly", y como tal deberíamos de comportarnos más a menudo. Y si esto nos resulta especialmente doloroso, cuando menos reposemos el tiempo suficiente para leer Bartlebly y compañía, y por qué no, a continuación Bartlebly el escribiente, relato que descubriera con apenas veinte años, y que me deslumbrara, me imagino, casi tanto como debió de hacerlo a Enrique Vila-Matas.


José Luis García Fernández
 

Bartlebly y compañía. Enrique Vila-Matas

Enrique Vila-Matas
Bartlebly y compañía
Editorial Anagrama - 2000


                        "Todos somos Bartlebly" parece querer decirnos Enrique Vila-Matas en su espléndida obra Bartlebly y compañía que editada por Anagrama, confirma lo que ya casi todos sabíamos: que aún es posible escribir y editar literatura de alta calidad al margen de modas y grupos.

                        Y "todos somos Bartlebly", porque cuantos sufrimos en nuestras carnes desde nuestra infancia el gusanillo de la escritura, vamos descubriendo con el tiempo que no estamos tan solos como pensábamos, y lo más importante, que no éramos unos bichos raras. Y al igual que Bartlebly, el fascinante personaje que creara Melville, o Adrián, el enigmático protagonista invisible de la última novela de José María Merino, en la que algunos críticos han querido ver la esencia misma de la meta-literatura, como contrapunto a la meta-poesía, o a la meta-pintura, o a la..., recorremos nuestra particular travesía por el desierto en soledad, pero en la oscura compañía de aquellos que nos precedieron en este  singular oficio.

                        La historia de la literatura ha dejado para la posteridad infinidad de "bartleblis más o menos anónimos", como Vila-Matas gusta contarnos. No vamos a extendernos ahora en ellos, que para este viaje no necesitamos alforjas, y sería manido el ponernos ahora a glosar las excelencias de Rulfo, Salinger o Julio Torri inclusive. Pero sí que es cierto que hay quienes ven en semejantes silencios una más que preocupante corriente en la que se ven envueltos desde los tradicionales "negros literarios" (no se asusten, todos sabemos que existen) hasta los más indolentes editores, pasando, por supuesto, por la orla del autor y su obra, para quien tanta disquisición y penuria intelectual las más de las veces le trae al fresco. (Hay un Bartlebly especialmente jugoso literariamente, como muy acertadamente viera el editor Jorge Herralde. Se trata de Joe Gould y de la  recreación novelada de su vida y supuesta obra por el periodista Joseph Mitchel. Gould, quien se consideraba a sí mismo como el último bohemio, vivió y padeció en carne propia los excesos del alcohol y de una vida sucumbida entre la miseria de la ciudad de los rascacielos, y dejó para la historia de la literatura fragmentos de la Historia oral de nuestro tiempo, un auténtico testamento alejado de todo tipo de convencionalismos).

                        No nos engañemos: al igual que hay autores que escriben tanto con la mano derecha como con la izquierda, según el editor y el lector a quienes vaya dirigido su libro, también los hay que optan en un momento de sus vidas por el silencio como privilegio narrativo. Y Vila-Matas ha sabido verlo en toda su dimensión, que no es otra que la de quien en algún momento de su vida se ha sentido un "bartlebly" . Así, semejante gracia abandona el terreno de lo propio y pasa con todos los derechos a engrosar la larga lista de los epítetos. Y mostrando lo mejor de sí mismo, que no siempre se encuentra en lo escrito, sino que ha menudo está en lo no-escrito, se convierte en una forma de ver y de entender la literatura, alejada de corrientes y tendencias, y lo que resulta más juicioso, de las desafortunadas críticas de aquellos / as, que siendo incapaces las más de las veces de escribir nada creativo, dedican su pluma a la ingente labor de desprestigiar la ajena, que casi siempre resulta más atractiva que la suya propia.

                        Por eso, "todos somos Bartlebly", y como tal deberíamos de comportarnos más a menudo. Y si esto nos resulta especialmente doloroso, cuando menos reposemos el tiempo suficiente para leer Bartlebly y compañía, y por qué no, a continuación Bartlebly el escribiente, relato que descubriera con apenas veinte años, y que me deslumbrara, me imagino, casi tanto como debió de hacerlo a Enrique Vila-Matas.


José Luis García Fernández