Cartas a Antígona. Avefenix






Querida Antígona.

No sé como empezar, siempre cuesta más trabajo empezar la primera carta, es como patinar por un gran lago de hielo, blanco, resbaladizo, con miedo por no saber si caeré. Tengo tanto que decir, tanto que sacar de todos los rincones, y la mano se me resiste, quizás sea porque no sabe bailar, o le da vergüenza poner los sentimientos acostados sobre tan blanco tapiz, a la vista de todos, panza arriba, sin defensas.

Tal vez sean esos sentimientos los que paralizan la mano, a los sentimientos les gusta andar de puntillas, disfrazarse con cara de otros para que no los reconozcamos, así nadie sabe que somos frágiles y hermosos como el cristal de Murano. Les gusta mas enseñar la cara hierática, pétrea, que parece que impone mas, que nos hace más fuertes, cuando en realidad nos tenemos que recomponer con el adhesivo de las caricias y las miradas dulces, tanta debilidad acumulada en el cajón de nuestra intimidad.

Te voy a contar mi batalla contra la muerte, esa muerte que se me ha pegado a la piel, que se ha convertido en mi sombra, intento despegarla pero dicen que se ha calado hasta los genes, otros dicen que habitaba allí desde el principio, y un mal día se desperezó, empezó a recorrerme y decidió quedarse a vivir en donde mas podía dolerme, me convirtió en la esterilidad absoluta, me dejó la nada como precio a su hospedaje y llenó su equipaje de mis hijos mas queridos, aquellos que nunca nacerían.

Nunca pude imaginar cómo se puede llegar a morir en un instante y no haber muerto, y sin embargo, aunque te parezca mentira, es lo más fácil del mundo.
Se puede morir un día de agosto, a las siete y media de la tarde, en un sillón de la consulta de un médico, asaeteada por la palabra y el filo cortante de un informe médico.
Nunca olvidaré su mirada fría, intrascendente, como si se estuviera hablando del tiempo: - "Te lo cuento sobre la marcha, lo que tienes no es bueno, hay que operar otra vez,... para que lo entiendas,... estás en un pozo y vamos intentar sacarte...". "¿Pero, podré salir, verdad?. "No lo sé".
De pronto sientes que te has tragado el submarino más grande de la tierra, y que se ha quedado de pie dentro, apuntalándote el alma para que no se te caiga y tú con ella.
Es una sensación de querer estallar, de romperte, de querer respirar y como si el aire se hubiese acabado, de querer llorar y no haber lágrimas, de querer gritar y no haber voz.

Te han quitado el suelo, te han quitado el futuro, te han quitado lo que queda del verano y no puedes hacer nada por evitarlo. Intentas pensar rápidamente buscando una razón que actúe de asidero, que te permita, al menos, respirar. Pero enfrente solo hay una mirada vacía, hablando, hablando, y el submarino cada vez más grande y el alma cada vez con mas deseo de desprenderse y tú en medio del caos, sin voz, sin aire, sin lágrimas y lo peor de todo, sin futuro. No hay dolor, no hay argumentos, no hay leyes, normas ni siquiera hay consuelo.

Pides, imploras una esperanza, pero no te la dan, - " Depende del resultado... ". " Pero... ¿Habrá estadísticas?, deme una sola probabilidad,... por favor". Y su boca se llena de "no lo sé". Esas tres palabras se te cruzan en el centro del cerebro, las analizas, las diseccionas, a ver si dentro, por una casualidad hay un trocito de esperanza, una hebrita de luz, pero nada, están huecas, solo son letras, vacías...

Te agarras a la mesa, porque el vértigo se adueña de ti, el submarino se está moviendo y desplaza la carga hacia el vacío, las palabras chocan contra tus propias paredes y se repiten hasta el infinito, eco loco, que no se pierde en la lejanía, sino que se te queda prendido, tintineando sin parar.
Deseas irte, marcharte rápido, a ver si corriendo más que las ideas, éstas se quedan detrás y no te acuerdas de nada de lo dicho, a ver si se quedan flotando en el aire de la consulta, huérfanas de cabeza a las que atarse, y por no tener donde ir, terminen difuminándose y desapareciendo.
Pero cuando sales de allí, las malditas ideas te han tomado la delantera y se te han incrustado en todo mi cuerpo y ya no eres la de antes, ya no eres nada, porque no hay nada, sólo un enorme submarino dentro, apuntalando un alma que no sabe a donde caerse y está empezando a resbalarse.

Te das cuenta de que la calle es pequeña, no cabe todo el dolor de ti misma, no hay sitio suficiente para él sin futuro, no hay sitio suficiente en la tierra para la sin esperanza, para la frialdad, pateas el suelo a ver si se desprende algo de ese dolor, pero hasta los zapatos parecen que se han confabulado contra ti y no sueltan ni polvo.

Y entonces gritas desde el fondo de la nada, gritas y gritas pero solo sale silencio. Te ves hecha una esfinge, de piedra, sin entender, eres como de corcho, solo tienes un deseo, dormir, dormir, dormir. "A lo mejor si duermo, mañana me entero de que era una pesadilla, que todo es mentira, ¡eso es, voy a dormir mucho y rápido!".

Pero no hay sueño, no puede haber sueño, no hay tiempo. Tiempo... ¿ para qué?. Y de pronto el tiempo se empieza a estirar y se vuelve largo, muy largo, el reloj es de goma, no corre, no anda. Y dentro la sensación metálica aumenta, es tan grande que no puedes contenerla más, se está desbordando por todo tu yo, se sienta encima del minutero y lo solidifica, las horas se han vuelto de aluminio, brillan pero no discurren, todo el tiempo se me está colando por las muñecas y me aprisiona el deseo de huir.

Quieres correr, pero... ¿a donde?, No hay donde escapar, no hay donde huir, el enemigo está dentro comiéndote las entrañas, y no puedes huir, porque escapa contigo, va contigo, se nutre de ti, vive de ti. ¡Dios, ni el jinete de Samarkanda!, a mi no me espera la muerte en ninguna puerta, yo la llevo de pasajera.

Llegas a casa, a lo que se supone que es tu refugio, donde nada ni nadie puede tocarte, pero la casa se ha vuelto desconocida, las paredes parecen lejanas y la ventana esta cerrada, aunque permanece abierta. No hay aire, es como si los ladrones hubieran entrado a saco y hubiesen robado todo el oxígeno y no hay nada para poder respirar, no existe ni siquiera el consuelo de respirar hondo.

Te desplomas sobre el sillón y notas que no existe lugar donde descansar, que te sientas en el vacío y que no tienes donde colocar tanto dolor, tanta desesperanza, no hay jarrones donde verterlos, ni sillas donde sentarlos, ni cajas donde guardarlos, no hay ni siquiera una percha donde colgarlos, tienes que tenerlos en las manos, porque se han hecho tan grandes que no existe en el mundo lugar donde posarlos y porque temes que el mundo se quiebre por tanto peso.

La cabeza esta llena de pensamientos que vienen y van a la velocidad del rayo, son cometas, miles de cometas, y cada uno deja una estela inmensa de pensamientos sin futuro, sin mañanas y tú intentando disipar ese polvo estelar que se te pega al alma y te la hace mas de hielo si cabe.
Miras alrededor buscando no sabes que, tal vez el muñeco de pequeña, o el osito de trapo, algo en quien descargarte, algo que se haga cargo de tu vida, tu dolor y tu miedo y así poder escapar, rompiendo la ventana. Pero no están, no hay muñecos ni ositos, no hay nada y el peso de las ideas aumenta en progresión geométrica, e inversamente proporcional al tiempo transcurrido, ideas que te modelan tus limites hasta ser la funda que te cierra.

Miras a los tuyos y sus miradas te dejan sin fuerzas, te resbalan por la piel como lluvia y es una gran mirada blanda, a la que no puedes agarrarte, porque se te deshace entre las manos como mantequilla, todos miran el papel donde se habla de mi muerte, entre términos extraños, técnicos, exquisitamente pulidos, donde la muerte no se ve, pero se intuye en cada vocal, en cada consonante, detrás de cada coma. No sabes que significan las palabras, pero presientes que es una muerte muy complicada, porque... ¡hay que ver las vueltas que dan para decirlo!

Los rostros de los que te quieren evitan mirarte, se vuelven de espaldas, se esconden y lo peor de todo es el silencio, el maldito silencio, que se ha sentado en medio a jugar una partida de ajedrez y al primer movimiento se trago a la reina. No saben que decirte, porque no hay nada que decir, no saben como mirarte, porque no hay nada que mirar. Y tú mientras sentada en el vacío, con el cuerpo sitiado por un motín interno, sin ningún capitán que ponga orden ante tanto desconcierto.
Empieza el frío, porque es agosto pero hace mucho frío, el cuerpo tiembla como una hoja.

Pides calor, calor para apagar el fuego paradójico de tanto frío Se te han metido por los huesos todos los inviernos del planeta a la vez, en tropel y buscas calor, pero nadie ni nada puede darte calor, es un fuego que abrasa en frío. Te contraes hasta ser un esquema de ti misma, todo está seco, muerto por dentro y sigues pensando, "a lo mejor el frío ahuyenta a mi inquilina, la paraliza, la mata", pero no, parece vacunada de todo, hasta de la temperatura.

Sigues deseando dormir, porque a lo mejor el sueño se lleva toda esta locura. Sin embargo, el sueño se revela también, parece que es el día de la revolución total y no viene, lo buscas por todas partes, pero no hay sueño, te inventas dormir, pero no resulta y llega la noche. La cama se ha llenado de ti misma y te tapa el dolor y la desesperanza, el tiempo se ha vuelto viejo, no camina, los cometas aumentan su brillo y el submarino ha crecido tanto que parece que seamos uno. El sabor metálico es lo único que permanece inalterable, ni aumenta, ni disminuye por fin se ha parado.

De pronto te das cuenta de que estás en el otro lado, es una locura, pero sabes que estás en el otro lado, ese lado donde no existe el tiempo, por eso no corre, del que hablan los que estuvieron igual que yo estaba ahora; no hay nada, por eso no encuentras nada; no hay nadie, por eso no encuentras a nadie, es como un desierto, con un submarino en medio, con un cielo lleno de luciérnagas siderales, no hay leyes, ni normas, ni promesas, no hay nada, solo estas tú. Todo se ha quedado detrás de la línea, tu trabajo, tus amigos, tu familia, la naturaleza, en definitiva la vida. Y entre ella y yo una barrera infranqueable de miedo, de palabras técnicas, de mirada de médico, de no lo sé, de las estadísticas, de la ética, de la verdad al enfermo, de la desesperanza... eso es lo peor, la desesperanza, una palabra llena de hielo, asesina en si misma, ladrona de vida, pesada como ella sola, oscura, que te coge de las solapas y te tira contra las cuerdas, basamento de un muro.

Es la muralla mas dura, mas alta, más extensa que se haya construido, sin materiales, sin desearlo, es una muralla que se genera a sí misma, que se agranda a fuerza de devorar tiempo y vida, que se hace pegajosa para que nadie pueda saltarla, para que nadie la desafíe. Y poco a poco me separa de la realidad.

Pero en un momento, fue solo un instante, una milésima de instante, saqué de mis bolsillos la última burbuja de fuerza, de valor para gritar con todas mis fuerzas; "¡Dios¡ ¿dónde estas?, ¿dónde te has metido?, ¿por que no vienes?, ¿qué té pasa?, ¿tienes miedo?, ¿también a ti te doy miedo?, ¿tampoco tu me vas a mirar, tampoco tu me vas a hablar, es que ni siquiera tu sabes qué decirme?, ¿no te da vergüenza con lo grande que eres y me tienes miedo?".

Y apareció, de pronto apareció y me miró con una mirada de ironía y solo me dijo: "¡Salta la valla¡".
Estaba tan cansada y solo se le ocurre decir que salte la valla, ¡con lo grande que es!, con lo alta que está, con lo pegajosa que parece.
Seguía repitiendo: -"¡Salta la valla!".

- " No puedo, todo esto pesa mucho, me duelen los brazos de aguantar tanto sufrimiento, déjame que lo suelte en el suelo"-, pero no había suelo donde soltar tanto lastre y seguía repitiendo: "¡Salta la valla, maldita sea... quieres saltar la valla de una vez!".
" Es que no tengo fuerzas, no tengo valor, ni siquiera fe ¿cómo voy a pasar por encima de la ciencia, de la autoridad, de la estadística, de los dictámenes?". " Dame algo para saltar, una pértiga pequeña, finita, pero dame algo".

Y la pértiga apareció en forma de pensamiento azul, la idea se puso en fila y como una gran lanza guerrera, se alzó delante de mí, en su mango estaba escrito, "¡Yo me curo, yo me curo, yo me curo...! y esa idea como un disco rayado que no parase nunca se me pego a la mano, me entró por las venas, se fue al corazón y lo atravesó de medio a medio y la sangre que brotaba se mezcló con la idea y se extendió por el cuerpo, puso sitio a la rebelión y se encaramó al cerebro. Como un martillo, rompió esquemas y neuronas y se quedó a vivir allí.

Me vi agarrada a la pértiga, como un atleta griego, corriendo sin parar, sobre un suelo inexistente, con todo el peso de mi pena, mi miedo, mi desesperanza, a saltar el muro, ese muro que seguía creciendo sin parar, sin limites y esa voz sonando en mis oídos, "¡salta la valla!".

Cerré los ojos, puse la pértiga sobre el miedo y salté, fue un salto interminable, largo, duro, difícil, con el tamaño de lo eterno, donde lo único que sabía era que estaba saltando, saltaba una y mil veces a la vez, el salto se estaba repitiendo en el infinito, como el reflejo de un espejo en otro espejo, pero algo estaba ocurriendo y cada vez pesaba menos, cada vez era mas ligera, estaban quedándose sobre el muro, pegados a él, mi submarino, el silencio, la cara gris del sin primaveras, la desesperanza, las manos me dolían de asir tal idea, la cabeza estaba a punto de estallar y yo me veía en un desdoble extravagante saltando, por saltar y saltada, era el pasado, el presente y el futuro paralelos, viviéndose a la par, pero siendo cada uno diferente a la vez y en cada uno dejando lastre detrás, era como si tuviera que terminar el salto sin nada, vacía y como no terminaba de vaciarme lo repetía una y otra vez de forma infinita, hasta completar el ciclo, no se cuanto tiempo duró el salto, porque el tiempo finalizaba y empezaba de forma constante, a sacudidas y en cada sacudida me desnudaba más.

Cuando termino todo, caí de bruces sobre la arena del nuevo día, no quería moverme, no quería mirar, solo sabía que la pértiga seguía agarrada a mi mano y que ya no era pértiga, sino una lanza con una punta afilada y que no debería soltarla jamás.
Me agarré a ella y me puse de pie, guerrera novata, estaba de pie, en mi lado, de nuevo en casa, más frágil, más liviana, sin nada, solo con una lanza que me defendería de todo lo que habría de venir, solo sabía que cada vez que alguien me quisiera tender un puente de miedo, debía apuntarle y matarle la intención, cuando el dolor hiciera noche en mi, tendría que pincharle hasta destrozarle y devorarlo.

Con tan poca defensa, me lancé al ataque de mirar de frente a todos, busqué sus rostros, sus miradas, sus palabras y les desafíe, hablándoles, demostrándoles que estaban equivocados, que con mi lanza no hay cáncer que pueda resistirse, que no hay quimioterapia que soporte tan gran defensa y me volví la prueba viva de mi propia creencia, me convertí en realidad, mi idea era yo misma, desafiando conceptos, investigaciones, pruebas científicas.

Hoy sigo con mi lanza en ristre, desafiando las leyes de la ciencia, saltando vallas, cada vez mas altas. Y fabricando pértigas para mandarlas al otro lado del muro y que si alguien se va a vivir allí, pueda cogerlas y saltar, como yo salte, sobre mi misma, sobre mi miedo, sobre mi creencia, sobre mi propia muerte.

Estoy cansada, querida Antígona, no es fácil ser atleta de la vida, pero porque amo la vida, tuve que aprender a volar por encima de todo lo que te quiere apartar de ella. Pero a pesar de tanto agotamiento, estoy bien porque siento la vida desplazando a la muerte, me estoy calando de mañanas, de futuro, siento cien primaveras entrando por mis poros a reventar genes revelados, a sembrar amaneceres y a levantar torres de ilusiones.

Antígona, dicen que la muerte la tengo pegada a la piel para siempre, pero ¿sabes?, logré emborracharla y ya no me molesta, la he llenado de sueño para que nunca más se pasee por dentro y ahí estará hasta que decida irme a cazar estrellas y en ese viaje ya no necesitaré este cuerpo.



Un beso amiga, hasta mañana.  
 
Esta página en su original fue actualizada el 07/01/1999 a lavozdelacometa.org la envió como antigona@retemail.es ANDALUCÍA VIVA. FEMINISMO. MUJER TRABAJADORA.




© Abraham Ferreira Khalil


UNA HOJA


Cesó la hoja su esencial jornada
y su silencio es surco sin cultivo.
El péndulo, que oscila vengativo,
apenas toleró una bocanada.

En el discurso fiel de una mirada
llovió la muerte y destruyó el estribo
que encadenaba su alma al tronco vivo
como a un barco la oscura marejada.

Un hilo fuiste, hoja tenebrosa,
cortado por las alas del misterio
como el atuendo de la mariposa.

Tu libertad pendió de un cautiverio.
Fuiste y ya no eres, vida silenciosa,
símbolo y huésped del callado imperio.


© Abraham Ferreira Khalil

© Abraham Ferreira Khalil


UNA HOJA


Cesó la hoja su esencial jornada
y su silencio es surco sin cultivo.
El péndulo, que oscila vengativo,
apenas toleró una bocanada.

En el discurso fiel de una mirada
llovió la muerte y destruyó el estribo
que encadenaba su alma al tronco vivo
como a un barco la oscura marejada.

Un hilo fuiste, hoja tenebrosa,
cortado por las alas del misterio
como el atuendo de la mariposa.

Tu libertad pendió de un cautiverio.
Fuiste y ya no eres, vida silenciosa,
símbolo y huésped del callado imperio.


© Abraham Ferreira Khalil

© Abraham Ferreira Khalil


UNA HOJA


Cesó la hoja su esencial jornada
y su silencio es surco sin cultivo.
El péndulo, que oscila vengativo,
apenas toleró una bocanada.

En el discurso fiel de una mirada
llovió la muerte y destruyó el estribo
que encadenaba su alma al tronco vivo
como a un barco la oscura marejada.

Un hilo fuiste, hoja tenebrosa,
cortado por las alas del misterio
como el atuendo de la mariposa.

Tu libertad pendió de un cautiverio.
Fuiste y ya no eres, vida silenciosa,
símbolo y huésped del callado imperio.


© Abraham Ferreira Khalil

Un recuerdo para Hernán Sotomayor. Edilberto Guerrero

Atajitos de caña, canción de Hernán Sotomayor


Para tus ojos verdes... amor
de caña verde.

Para tu piel dorada... mi sed
de espiga sembrada.

Para tus ojos verdes... amor
la caña verde.

Para tu piel dorada... mi sed
la espiga sembrada.

Para ti mi canción
bajara la quebrada
ojalá llegue al rio
donde estás amada
y te diga al oído
que el cañal me ha azotado
y ha quebrado mis versos... de amor
para decirte mía.

Atajitos de caña
llegaste a mi vida
atajitos de miel
endulzaste mi alma
atajitos de amor
te fui queriendo
como la caña verde al sol
y el pan a la espiga

como la caña verde al sol
y el pan a la espiga
atajitos de caña...

martes 4 de marzo de 1997, 17:35
 Homenaje de Edilberto Guerrero a este gran compositor.

Un recuerdo para Hernán Sotomayor. Edilberto Guerrero

Atajitos de caña, canción de Hernán Sotomayor


Para tus ojos verdes... amor
de caña verde.

Para tu piel dorada... mi sed
de espiga sembrada.

Para tus ojos verdes... amor
la caña verde.

Para tu piel dorada... mi sed
la espiga sembrada.

Para ti mi canción
bajara la quebrada
ojalá llegue al rio
donde estás amada
y te diga al oído
que el cañal me ha azotado
y ha quebrado mis versos... de amor
para decirte mía.

Atajitos de caña
llegaste a mi vida
atajitos de miel
endulzaste mi alma
atajitos de amor
te fui queriendo
como la caña verde al sol
y el pan a la espiga

como la caña verde al sol
y el pan a la espiga
atajitos de caña...

martes 4 de marzo de 1997, 17:35
 Homenaje de Edilberto Guerrero a este gran compositor.

Un recuerdo para Hernán Sotomayor. Edilberto Guerrero

Atajitos de caña, canción de Hernán Sotomayor


Para tus ojos verdes... amor
de caña verde.

Para tu piel dorada... mi sed
de espiga sembrada.

Para tus ojos verdes... amor
la caña verde.

Para tu piel dorada... mi sed
la espiga sembrada.

Para ti mi canción
bajara la quebrada
ojalá llegue al rio
donde estás amada
y te diga al oído
que el cañal me ha azotado
y ha quebrado mis versos... de amor
para decirte mía.

Atajitos de caña
llegaste a mi vida
atajitos de miel
endulzaste mi alma
atajitos de amor
te fui queriendo
como la caña verde al sol
y el pan a la espiga

como la caña verde al sol
y el pan a la espiga
atajitos de caña...

martes 4 de marzo de 1997, 17:35
 Homenaje de Edilberto Guerrero a este gran compositor.

Un recuerdo para Hernán Sotomayor. Edilberto Guerrero

Atajitos de caña, canción de Hernán Sotomayor


Para tus ojos verdes... amor
de caña verde.

Para tu piel dorada... mi sed
de espiga sembrada.

Para tus ojos verdes... amor
la caña verde.

Para tu piel dorada... mi sed
la espiga sembrada.

Para ti mi canción
bajara la quebrada
ojalá llegue al rio
donde estás amada
y te diga al oído
que el cañal me ha azotado
y ha quebrado mis versos... de amor
para decirte mía.

Atajitos de caña
llegaste a mi vida
atajitos de miel
endulzaste mi alma
atajitos de amor
te fui queriendo
como la caña verde al sol
y el pan a la espiga

como la caña verde al sol
y el pan a la espiga
atajitos de caña...

martes 4 de marzo de 1997, 17:35
 Homenaje de Edilberto Guerrero a este gran compositor.

Mare. Abraham Ferreira Khalil




MARE

Un cíclope de hábitos sombríos
engulló anoche
las mansiones profundas del delirio.
Fue la fugacidad
su límite inasible en aquel óculo,
tan avasalladora
que mi cuerpo, enfermo de vorágine, se desdibujó.
Y no entiendo si el asalto
culminó en mis arenas
o en aquella velada en que el mar, criatura del sollozo,
emergió a la vida
para sepultar su muerte.

El mar, sin duda, alberga en su intestino
pasadizos que asilo ofrecen a los desventurados.
Es poderosa luz y maquinaria
que ciertas noches
visita los palacios
con su avasalladora corpulencia;
dispuesta a engullir los espantos de la aurora.
Dispuesta a rebelarse cual testigo
delante de un atónito jurado.

¡No! No está en el mar la muerte
ni pintan sus espacios nueva vida.
El mar, tan típico alborozo,
es pirámide en cuyo estómago a veces he entonado
ascéticos cantares.
Fe de ello da su inhóspito oleaje,
y su coro de muertos sonámbulos
cautivo en los pasajes sumergidos.


© Abraham Ferreira Khalil

Mare. Abraham Ferreira Khalil




MARE

Un cíclope de hábitos sombríos
engulló anoche
las mansiones profundas del delirio.
Fue la fugacidad
su límite inasible en aquel óculo,
tan avasalladora
que mi cuerpo, enfermo de vorágine, se desdibujó.
Y no entiendo si el asalto
culminó en mis arenas
o en aquella velada en que el mar, criatura del sollozo,
emergió a la vida
para sepultar su muerte.

El mar, sin duda, alberga en su intestino
pasadizos que asilo ofrecen a los desventurados.
Es poderosa luz y maquinaria
que ciertas noches
visita los palacios
con su avasalladora corpulencia;
dispuesta a engullir los espantos de la aurora.
Dispuesta a rebelarse cual testigo
delante de un atónito jurado.

¡No! No está en el mar la muerte
ni pintan sus espacios nueva vida.
El mar, tan típico alborozo,
es pirámide en cuyo estómago a veces he entonado
ascéticos cantares.
Fe de ello da su inhóspito oleaje,
y su coro de muertos sonámbulos
cautivo en los pasajes sumergidos.


© Abraham Ferreira Khalil

Mare. Abraham Ferreira Khalil




MARE

Un cíclope de hábitos sombríos
engulló anoche
las mansiones profundas del delirio.
Fue la fugacidad
su límite inasible en aquel óculo,
tan avasalladora
que mi cuerpo, enfermo de vorágine, se desdibujó.
Y no entiendo si el asalto
culminó en mis arenas
o en aquella velada en que el mar, criatura del sollozo,
emergió a la vida
para sepultar su muerte.

El mar, sin duda, alberga en su intestino
pasadizos que asilo ofrecen a los desventurados.
Es poderosa luz y maquinaria
que ciertas noches
visita los palacios
con su avasalladora corpulencia;
dispuesta a engullir los espantos de la aurora.
Dispuesta a rebelarse cual testigo
delante de un atónito jurado.

¡No! No está en el mar la muerte
ni pintan sus espacios nueva vida.
El mar, tan típico alborozo,
es pirámide en cuyo estómago a veces he entonado
ascéticos cantares.
Fe de ello da su inhóspito oleaje,
y su coro de muertos sonámbulos
cautivo en los pasajes sumergidos.


© Abraham Ferreira Khalil

Mare. Abraham Ferreira Khalil




MARE

Un cíclope de hábitos sombríos
engulló anoche
las mansiones profundas del delirio.
Fue la fugacidad
su límite inasible en aquel óculo,
tan avasalladora
que mi cuerpo, enfermo de vorágine, se desdibujó.
Y no entiendo si el asalto
culminó en mis arenas
o en aquella velada en que el mar, criatura del sollozo,
emergió a la vida
para sepultar su muerte.

El mar, sin duda, alberga en su intestino
pasadizos que asilo ofrecen a los desventurados.
Es poderosa luz y maquinaria
que ciertas noches
visita los palacios
con su avasalladora corpulencia;
dispuesta a engullir los espantos de la aurora.
Dispuesta a rebelarse cual testigo
delante de un atónito jurado.

¡No! No está en el mar la muerte
ni pintan sus espacios nueva vida.
El mar, tan típico alborozo,
es pirámide en cuyo estómago a veces he entonado
ascéticos cantares.
Fe de ello da su inhóspito oleaje,
y su coro de muertos sonámbulos
cautivo en los pasajes sumergidos.


© Abraham Ferreira Khalil

MARE. ABRAHAM FERREIRA KHALIL





Un cíclope de hábitos sombríos
engulló anoche
las mansiones profundas del delirio.
Fue la fugacidad
su límite inasible en aquel óculo,
tan avasalladora
que mi cuerpo, enfermo de vorágine, se desdibujó.
Y no entiendo si el asalto
culminó en mis arenas
o en aquella velada en que el mar, criatura del sollozo,
emergió a la vida
para sepultar su muerte.

El mar, sin duda, alberga en su intestino
pasadizos que asilo ofrecen a los desventurados.
Es poderosa luz y maquinaria
que ciertas noches
visita los palacios
con su avasalladora corpulencia;
dispuesta a engullir los espantos de la aurora.
Dispuesta a rebelarse cual testigo
delante de un atónito jurado.

¡No! No está en el mar la muerte
ni pintan sus espacios nueva vida.
El mar, tan típico alborozo,
es pirámide en cuyo estómago a veces he entonado
ascéticos cantares.
Fe de ello da su inhóspito oleaje,
y su coro de muertos sonámbulos
cautivo en los pasajes sumergidos.



© Abraham Ferreira Khalil