Evoqué un pálpito y floreció una rosa.

EVOQUÉ UN PÁLPITO Y FLORECIÓ UNA ROSA... (A ti, que te entierro y desentierro). Evoqué un pálpito y floreció una rosa con la timidez que un niño manifiesta cuando aún no ha volado del recinto maternal. Cuando forjé mi evocación, estallaron pétalos desordenados, prístilos luminosos, tallos feroces como el hierro. Aquella era una rosa milenaria, no como las que el hombre amamanta en las ubres de la tierra. Aquella era una rosa encrespada, un arroyo de fugaces cordilleras, un manantial de inexpugnables fortalezas y párpados. Quiso ser una rosa ordinaria, pero mi evocación truncó, sustentada tal vez por las intrigas, su hermosa ordinariez. Las agujas que urdieron mis palabras la condenaron siempre a la excepcionalidad, a ser un monasterio ignoto entre las cumbres. Creo aún, desconcertado, que la he maldecido, sin quererlo, que la he destinado al reino de las islas tenebrosas donde la raíz de sus esplendores permanecerá virgen bajo un celoso velo. Sufro un injusto arrepentimiento; la reduje