Antonio García Vargas. Ecos y retruécanos

ECOS Y RETRUÉCANOS


(Pasado y presente de una cultura milenaria)

¿Quién eres tú, que llegas arañando mis costillas,
traspasando vísceras y huesos como un grito?
Te conozco.
Puede que algún día la piel vacíe la memoria
y podamos dormir confiados, cerca del fuego, hermano.

Tus olas traen murmullos sempiternos
de caracolas lúnidas y noches lánguidas,
desmenuzando voces y silencios andaluces
que retoman los ecos antiquísimos, multiplicándose.

Al-Mariyya,
extraños sones surgen de las rocas, lamentos de musgos,
marejada de algas y cangrejos que pulsa bullanguera
la geometría hipnótica de las playas, encallando canciones
y salmos procedentes de aquellas viejas voces que te habitaron.

Doscientos escalones llevan al secreto néctar protegido
por la rueda del tiempo y brotarán cuando lluevan sudarios
por la grieta que acogió al primer huésped.

Hoy llegan a tus costas
los hijos modernos de aquellos que te engrandecieron.
Vestidos de miseria,
buscando cobijo en el trozo de hierba que plantó su padre,
sin más equipaje que recuerdos desnudos,
vidrios sin brillo en tierras de hambre,
hileras caminantes entre edificios hostiles,
esperando heredar la espesa lluvia.
No caben lamentos,
ni prolongar errores en la recreación de la derrota antigua.

¿Bajo qué recóndito árbol enterrarán mi piel?
Se rebela el aire huyendo del órdago
y quedan sólo manchas del desierto,
rechazando la faz bajo el turbante
la gula del cordero insaciable.



ENEAS CON ANQUISES SOBRE SUS HOMBROS



Todos los hombres nacemos, morimos, crecemos y amamos.
¿Somos esclavos del viejo big bang que impulsara el demiurgo?
¿No te rebela pensar que eres página en blanco de un libro
desconocido, que escribe en tu vida con letras ya impresas?

¡Ah, mi albedrío!
Doquiera que estés. ¡Necesito respuestas!
Quiero sembrar mi palabra. Escribir con mis letras.
¡Saberme! Ser algo más que una prosa.
¡Ser verso de luz! ¡Ser poema!
Mas no es posible escapar del estrecho confín de la Nada.
Sobre los hombros llevamos la carga heredada de un padre,
peso que impide la marcha normal en el cuerpo cansado.
Pero después se constata que el peso se vuelve liviano
hasta que apenas notamos al hombro presencia latente
y comprendemos, con harto pesar, que cargamos un muerto.
Nos despojamos del cuerpo, tiramos los restos inermes,
fardo pesado, dejamos sus huesos pudriéndose al sol
para trepar de inmediato a los hombros de nuestro retoño.
¿Pudo el hexámetro ser confluencia entre Homero y el mito?
¡Vengan a mí los anfíbracos, dáctilos, ven anapesto!
¡Dadme en los metros divinos respuesta! ¡Versadme con tiento!
Sobre los hombros llevamos, Eneas, la cruz y el flagelo
para después, en los hijos, posar la corona de espinas
en un intento fallido de hallar la imposible respuesta.
Siento que giro
en la noria de un tiempo que ignora que existo.
¡Ah, existencia fallida!
¡Esclerosis de un alma inventada!
¿Soy consecuencia
de un bucle carente de fin?
¿Sin principio?
¿Simple ecuación metafórica?
¿Una jovial pedorreta?

(Reflexión en hexámetros dactílicos puros españoles de cintura quebrada.
Representa un soliloquio imaginado de Eneas, huyendo de Troya
con su anciano padre, Anquises, sobre sus hombros)


Antonio García Vargas

Antonio García Vargas. Ecos y retruécanos

ECOS Y RETRUÉCANOS


(Pasado y presente de una cultura milenaria)

¿Quién eres tú, que llegas arañando mis costillas,
traspasando vísceras y huesos como un grito?
Te conozco.
Puede que algún día la piel vacíe la memoria
y podamos dormir confiados, cerca del fuego, hermano.

Tus olas traen murmullos sempiternos
de caracolas lúnidas y noches lánguidas,
desmenuzando voces y silencios andaluces
que retoman los ecos antiquísimos, multiplicándose.

Al-Mariyya,
extraños sones surgen de las rocas, lamentos de musgos,
marejada de algas y cangrejos que pulsa bullanguera
la geometría hipnótica de las playas, encallando canciones
y salmos procedentes de aquellas viejas voces que te habitaron.

Doscientos escalones llevan al secreto néctar protegido
por la rueda del tiempo y brotarán cuando lluevan sudarios
por la grieta que acogió al primer huésped.

Hoy llegan a tus costas
los hijos modernos de aquellos que te engrandecieron.
Vestidos de miseria,
buscando cobijo en el trozo de hierba que plantó su padre,
sin más equipaje que recuerdos desnudos,
vidrios sin brillo en tierras de hambre,
hileras caminantes entre edificios hostiles,
esperando heredar la espesa lluvia.
No caben lamentos,
ni prolongar errores en la recreación de la derrota antigua.

¿Bajo qué recóndito árbol enterrarán mi piel?
Se rebela el aire huyendo del órdago
y quedan sólo manchas del desierto,
rechazando la faz bajo el turbante
la gula del cordero insaciable.



ENEAS CON ANQUISES SOBRE SUS HOMBROS



Todos los hombres nacemos, morimos, crecemos y amamos.
¿Somos esclavos del viejo big bang que impulsara el demiurgo?
¿No te rebela pensar que eres página en blanco de un libro
desconocido, que escribe en tu vida con letras ya impresas?

¡Ah, mi albedrío!
Doquiera que estés. ¡Necesito respuestas!
Quiero sembrar mi palabra. Escribir con mis letras.
¡Saberme! Ser algo más que una prosa.
¡Ser verso de luz! ¡Ser poema!
Mas no es posible escapar del estrecho confín de la Nada.
Sobre los hombros llevamos la carga heredada de un padre,
peso que impide la marcha normal en el cuerpo cansado.
Pero después se constata que el peso se vuelve liviano
hasta que apenas notamos al hombro presencia latente
y comprendemos, con harto pesar, que cargamos un muerto.
Nos despojamos del cuerpo, tiramos los restos inermes,
fardo pesado, dejamos sus huesos pudriéndose al sol
para trepar de inmediato a los hombros de nuestro retoño.
¿Pudo el hexámetro ser confluencia entre Homero y el mito?
¡Vengan a mí los anfíbracos, dáctilos, ven anapesto!
¡Dadme en los metros divinos respuesta! ¡Versadme con tiento!
Sobre los hombros llevamos, Eneas, la cruz y el flagelo
para después, en los hijos, posar la corona de espinas
en un intento fallido de hallar la imposible respuesta.
Siento que giro
en la noria de un tiempo que ignora que existo.
¡Ah, existencia fallida!
¡Esclerosis de un alma inventada!
¿Soy consecuencia
de un bucle carente de fin?
¿Sin principio?
¿Simple ecuación metafórica?
¿Una jovial pedorreta?

(Reflexión en hexámetros dactílicos puros españoles de cintura quebrada.
Representa un soliloquio imaginado de Eneas, huyendo de Troya
con su anciano padre, Anquises, sobre sus hombros)


Antonio García Vargas

Antonio García Vargas. Ecos y retruécanos

ECOS Y RETRUÉCANOS


(Pasado y presente de una cultura milenaria)

¿Quién eres tú, que llegas arañando mis costillas,
traspasando vísceras y huesos como un grito?
Te conozco.
Puede que algún día la piel vacíe la memoria
y podamos dormir confiados, cerca del fuego, hermano.

Tus olas traen murmullos sempiternos
de caracolas lúnidas y noches lánguidas,
desmenuzando voces y silencios andaluces
que retoman los ecos antiquísimos, multiplicándose.

Al-Mariyya,
extraños sones surgen de las rocas, lamentos de musgos,
marejada de algas y cangrejos que pulsa bullanguera
la geometría hipnótica de las playas, encallando canciones
y salmos procedentes de aquellas viejas voces que te habitaron.

Doscientos escalones llevan al secreto néctar protegido
por la rueda del tiempo y brotarán cuando lluevan sudarios
por la grieta que acogió al primer huésped.

Hoy llegan a tus costas
los hijos modernos de aquellos que te engrandecieron.
Vestidos de miseria,
buscando cobijo en el trozo de hierba que plantó su padre,
sin más equipaje que recuerdos desnudos,
vidrios sin brillo en tierras de hambre,
hileras caminantes entre edificios hostiles,
esperando heredar la espesa lluvia.
No caben lamentos,
ni prolongar errores en la recreación de la derrota antigua.

¿Bajo qué recóndito árbol enterrarán mi piel?
Se rebela el aire huyendo del órdago
y quedan sólo manchas del desierto,
rechazando la faz bajo el turbante
la gula del cordero insaciable.



ENEAS CON ANQUISES SOBRE SUS HOMBROS



Todos los hombres nacemos, morimos, crecemos y amamos.
¿Somos esclavos del viejo big bang que impulsara el demiurgo?
¿No te rebela pensar que eres página en blanco de un libro
desconocido, que escribe en tu vida con letras ya impresas?

¡Ah, mi albedrío!
Doquiera que estés. ¡Necesito respuestas!
Quiero sembrar mi palabra. Escribir con mis letras.
¡Saberme! Ser algo más que una prosa.
¡Ser verso de luz! ¡Ser poema!
Mas no es posible escapar del estrecho confín de la Nada.
Sobre los hombros llevamos la carga heredada de un padre,
peso que impide la marcha normal en el cuerpo cansado.
Pero después se constata que el peso se vuelve liviano
hasta que apenas notamos al hombro presencia latente
y comprendemos, con harto pesar, que cargamos un muerto.
Nos despojamos del cuerpo, tiramos los restos inermes,
fardo pesado, dejamos sus huesos pudriéndose al sol
para trepar de inmediato a los hombros de nuestro retoño.
¿Pudo el hexámetro ser confluencia entre Homero y el mito?
¡Vengan a mí los anfíbracos, dáctilos, ven anapesto!
¡Dadme en los metros divinos respuesta! ¡Versadme con tiento!
Sobre los hombros llevamos, Eneas, la cruz y el flagelo
para después, en los hijos, posar la corona de espinas
en un intento fallido de hallar la imposible respuesta.
Siento que giro
en la noria de un tiempo que ignora que existo.
¡Ah, existencia fallida!
¡Esclerosis de un alma inventada!
¿Soy consecuencia
de un bucle carente de fin?
¿Sin principio?
¿Simple ecuación metafórica?
¿Una jovial pedorreta?

(Reflexión en hexámetros dactílicos puros españoles de cintura quebrada.
Representa un soliloquio imaginado de Eneas, huyendo de Troya
con su anciano padre, Anquises, sobre sus hombros)


Antonio García Vargas

Los colores del mundo. Fernando de Villena


El granadino Fernando de Villena es sin duda alguna uno de los poetas españoles más relevantes del siglo XX y XXI. Su producción literaria es tan extensa como deslumbradora. Doctor en Filología Hispánica ha sido galardonado recientemente con el Premio Andrés Bello, por su labor Lingüística y Filológica, como también con el premio Andalucía de la Crítica de narrativa 2009, por su libro El testigo de los tiempos. El motivo que nos convoca en esta ocasión es la publicación del libro Los colores del mundo, integrado por cuatro poemarios ya publicados con anterioridad (Conticinio, Por el punzón oscuro, La década sombría y La hiedra y el mármol) y otros cuatro inéditos (Cinematógrafo y otras elegías, El palacio íntimo, Repúblicas del ensueño y Una oscura gaviota). Será de estos últimos poemarios los que ocuparán mi atención en esta reseña crítica. El poemario Cinematógrafo y otras elegías atrae por ese aire nostálgico que nos envuelve en ese recorrido por los cines granadinos de la infancia (Cine Olimpia), adolescencia (Cine Gran Vía) y juventud (Cine Cartuja). Fernando de Villena nos descubre y revive el miedo a la soledad: «¡Qué congoja sentí en aquel instante, / sentado entre mis padres, / con miedo de perderlos algún día / y hallarme ante la vida, / tan brumosa, / nadando como un náufrago / sin tabla donde asirse, / sin islas a la vista», también el tiempo y sus heridas: «Y tan lejos estaban / el lunes y la angustia de las clases, / las bofetadas crueles / de aquellos reprimidos sacerdotes / con caspa en las sotanas y en las almas». Cada cine es una remembranza de esa película inolvidable, de ese mundo de los sueños donde el poeta se acomoda y refugia ante la acechanza continua de los muchos abismos existentes, pero igualmente esperanzador si el amor se muestra: «Desde entonces luché por que en mi vida / el amor siempre fuese / una apuesta total de eternidad». Con versos endecasílabos, mayoritariamente, construye Las otras elegías, a excepción de la decimosexta (Plaza de Mariana Pineda) que lo hace en alejandrinos. En el siguiente poemario, El palacio íntimo, el poeta esculpe el más grande y hermoso monumento a la amistad, dedicando algunos poemas a personas como Antonio César Morón, Encarna León o Juan J. León, o a figuras como Jacinto López Gorgé o José Heredia Maya, sonetos casi siempre, los contenidos en este libro. Pero Fernando de Villena es un poeta de mirada limpia y abierta, sobre todo a la Naturaleza, de ahí que declare no ser un poeta urbano: «Existe desde luego una belleza / concreta de lo urbano; / pero dejadme a mí / las rubias alamedas en otoño, / la gran Sierra Nevada / en días soleados del invierno, / las muchas rosaledas / que ornan la primavera / cuando no los jazmines en verano / y, en cualquier mes, dejadme, sobre todo / nuestro Mediterráneo». 
En Repúblicas del ensueño el poeta nos invita a viajar por el tiempo de los sueños y las tierras de conquista: Marraquech, Bogotá, Buenos Aires, Uruguay o hacia la India, y así se escribe: «…pienso en todas las tierras / que a través de los años visité, / en todos los horizontes, / en los rostros que vi sólo un instante / y eran de gentes / con vidas e inquietudes / iguales a las mías… / Y pienso en los caminos recorridos / y en cuanto de valor saqué de ellos». Mas el poeta no puede sino regresar a su Mediterráneo (Grecia, Túnez, Balcanes), tantas veces cantado, y amado hasta el dilirio: «Soñé que te veía / como un gran río de ceniza o lava seca. / Pero no escribiré tu epitafio, / mar de mis ensueños, mar sagrado». El último libro de este libro de libros lo titula el poeta Una oscura gaviota y los temas tratados van desde el amor (Amor), el paso del tiempo (Arrugas), la preocupación social (Mísera España o La nochebuena del mendigo) a lo más cercano, la familia, con el poema A mi esposa e hijos, en el cual el poeta resume su propia vida: «Empezar otra vida diferente / a pesar de mi edad; / no ser este Fernando de Villena / que tanto daño ha recibido, / que tan cansado está, / que apenas ya comprende / el mundo que lo cerca. / Empezar otra vida…Sí; de acuerdo, / pero siempre a tu lado, a vuestro lado». Así es el poeta universal Fernando de Villena.



Título: Los colores del mundo
Autor:Fernando de Villena
Edita:Carena (Barcelona, 2014)




Los colores del mundo. Fernando de Villena


El granadino Fernando de Villena es sin duda alguna uno de los poetas españoles más relevantes del siglo XX y XXI. Su producción literaria es tan extensa como deslumbradora. Doctor en Filología Hispánica ha sido galardonado recientemente con el Premio Andrés Bello, por su labor Lingüística y Filológica, como también con el premio Andalucía de la Crítica de narrativa 2009, por su libro El testigo de los tiempos. El motivo que nos convoca en esta ocasión es la publicación del libro Los colores del mundo, integrado por cuatro poemarios ya publicados con anterioridad (Conticinio, Por el punzón oscuro, La década sombría y La hiedra y el mármol) y otros cuatro inéditos (Cinematógrafo y otras elegías, El palacio íntimo, Repúblicas del ensueño y Una oscura gaviota). Será de estos últimos poemarios los que ocuparán mi atención en esta reseña crítica. El poemario Cinematógrafo y otras elegías atrae por ese aire nostálgico que nos envuelve en ese recorrido por los cines granadinos de la infancia (Cine Olimpia), adolescencia (Cine Gran Vía) y juventud (Cine Cartuja). Fernando de Villena nos descubre y revive el miedo a la soledad: «¡Qué congoja sentí en aquel instante, / sentado entre mis padres, / con miedo de perderlos algún día / y hallarme ante la vida, / tan brumosa, / nadando como un náufrago / sin tabla donde asirse, / sin islas a la vista», también el tiempo y sus heridas: «Y tan lejos estaban / el lunes y la angustia de las clases, / las bofetadas crueles / de aquellos reprimidos sacerdotes / con caspa en las sotanas y en las almas». Cada cine es una remembranza de esa película inolvidable, de ese mundo de los sueños donde el poeta se acomoda y refugia ante la acechanza continua de los muchos abismos existentes, pero igualmente esperanzador si el amor se muestra: «Desde entonces luché por que en mi vida / el amor siempre fuese / una apuesta total de eternidad». Con versos endecasílabos, mayoritariamente, construye Las otras elegías, a excepción de la decimosexta (Plaza de Mariana Pineda) que lo hace en alejandrinos. En el siguiente poemario, El palacio íntimo, el poeta esculpe el más grande y hermoso monumento a la amistad, dedicando algunos poemas a personas como Antonio César Morón, Encarna León o Juan J. León, o a figuras como Jacinto López Gorgé o José Heredia Maya, sonetos casi siempre, los contenidos en este libro. Pero Fernando de Villena es un poeta de mirada limpia y abierta, sobre todo a la Naturaleza, de ahí que declare no ser un poeta urbano: «Existe desde luego una belleza / concreta de lo urbano; / pero dejadme a mí / las rubias alamedas en otoño, / la gran Sierra Nevada / en días soleados del invierno, / las muchas rosaledas / que ornan la primavera / cuando no los jazmines en verano / y, en cualquier mes, dejadme, sobre todo / nuestro Mediterráneo». 
En Repúblicas del ensueño el poeta nos invita a viajar por el tiempo de los sueños y las tierras de conquista: Marraquech, Bogotá, Buenos Aires, Uruguay o hacia la India, y así se escribe: «…pienso en todas las tierras / que a través de los años visité, / en todos los horizontes, / en los rostros que vi sólo un instante / y eran de gentes / con vidas e inquietudes / iguales a las mías… / Y pienso en los caminos recorridos / y en cuanto de valor saqué de ellos». Mas el poeta no puede sino regresar a su Mediterráneo (Grecia, Túnez, Balcanes), tantas veces cantado, y amado hasta el dilirio: «Soñé que te veía / como un gran río de ceniza o lava seca. / Pero no escribiré tu epitafio, / mar de mis ensueños, mar sagrado». El último libro de este libro de libros lo titula el poeta Una oscura gaviota y los temas tratados van desde el amor (Amor), el paso del tiempo (Arrugas), la preocupación social (Mísera España o La nochebuena del mendigo) a lo más cercano, la familia, con el poema A mi esposa e hijos, en el cual el poeta resume su propia vida: «Empezar otra vida diferente / a pesar de mi edad; / no ser este Fernando de Villena / que tanto daño ha recibido, / que tan cansado está, / que apenas ya comprende / el mundo que lo cerca. / Empezar otra vida…Sí; de acuerdo, / pero siempre a tu lado, a vuestro lado». Así es el poeta universal Fernando de Villena.



Título: Los colores del mundo
Autor:Fernando de Villena
Edita:Carena (Barcelona, 2014)