La una y mil noches.


    
"LA UNA Y MIL NOCHES"





                                 (Un cuento sobre Bagdad)

    Desde las copas de los árboles los pájaros sacuden su vigilia en direcciones contrarias. En el mar se confunde el canto de sirenas con el grito de las bestias al parir sus desgarros.

    Abajo, una pequeña casa sin patios ni jardines va acumulando sus ropas sucias con una sed desesperante. Rash parece enloquecer ladrando al cielo sin saber qué ocurre, recostándose exhausto a un costado de la cama, jadeante de cansancio. Entonces, se abrieron los fuegos. Los hombres gritan y las mujeres lloran. Todo es confusión y terror. Por un instante ya no hay más cantos, ni sirenas, ni nada. Rompe el estruendo.

    Los niños abrazan los vientres exclamando: ¡Mamá! Es ahora cuando las mujeres gritan y son los hombres los que lloran. La naturaleza parece añorar su cordura. Un olor penetrante e irreconocible ingresa por las pequeñas ventanas de madera. Los ojos oscuros y rasgados de una mujer improvisan un cuento en el que los ángeles se enojan y pelean porque alguien se portó mal. Todas las noches se repiten idénticas.

    Un desquicio de una y mil noches. Viejas imágenes en forma de hongos se elevan hacia los infiernos, desde lo más negro e inflamable de los pensamientos humanos. Por fin y con un gran esfuerzo, amanece. Nahyra tiene siete años. Sus únicos juguetes son una muñeca hecha de trapo y papel, además de un pequeño castillito de arena junto a la puerta del fondo, al que cuida celosamente porque dice que ahí vive el alma de su papá. El día transcurre recogiendo los restos de lo que falta. La puerta de la casa se abre y se cierra hasta el cansancio reconociendo y reconociéndose en el rostro desesperado de los vecinos. Al caer la tarde Nahyra toma su muñeca y comienza a rezar junto a su familia, en tanto Rash observa inquieto todo aquello que se mueva un poco más allá del techo de la casa. Ya es tarde y los presuntos ángeles nuevamente se enojan. Vuelven las sirenas. En un instante, la luz lo abarca todo.

    El brillo sobre la casa se hace cada vez más incandescente y el ruido ensordecedor. Aquellos ojos rasgados abrazan todo lo que pueden. Nahyra se ciñe a su muñeca como único refugio y la palabra Dios resuena en todos los idiomas. Rash con el rabo escondido busca cobijo en las polleras de su dueña. El castillo y las arenas vuelan por los aires y con todas las almas. Ya no hay más puertas, ya no hay más fondo, ya no hay atrás. Sólo trapo y papel emanando humo, aferrados por un par de pequeñas manos inocentes. Entre tanto en otro lugar de la ciudad, un olor penetrante e irreconocible ingresa por las pequeñas ventanas de madera. Allí vive Ahmed, que con sus escasos cinco años, comienza la noche rezando junto a los ojos oscuros y rasgados de su madre.

    Muy cerca de él hay una pelota de goma con la que mañana, antes de partir hacia la escuela, anhela jugar por un rato con su gatito. Aunque interrumpiéndolo todo, el resplandor del amanecer hoy parece haberse anticipado varias horas, más feroz y vertiginoso que nunca, precipitándose definitiva y rabiosamente esta noche sobre su casa.


ALEJANDRO CESAR ALVAREZ.-  23-03-2003    ARGENTINA-  alecesar008@yahoo.com.ar


  
© Copyright ---Asociación Cultural La magia de las artes. Tu voz en Internet. 
C.I.F.: G04494621--Revista Literaria 1999-2004-I.S.S.N.:1576-8236-Internet I.S.S.N.: 1576-8228 . En internet, sin dominio propio, desde 1994. Charlamos sin abrir la boca, sonreímos sin mover los labios, nos abrazamos sin tocarnos

La una y mil noches.


    

"LA UNA Y MIL NOCHES"

                                                                      (Un cuento sobre Bagdad)

Desde las copas de los árboles los pájaros sacuden su vigilia en direcciones contrarias. En el mar se confunde el canto de sirenas con el grito de las bestias al parir sus desgarros.

Abajo, una pequeña casa sin patios ni jardines va acumulando sus ropas sucias con una sed desesperante. Rash parece enloquecer ladrando al cielo sin saber qué ocurre, recostándose exhausto a un costado de la cama, jadeante de cansancio. Entonces, se abrieron los fuegos. Los hombres gritan y las mujeres lloran. Todo es confusión y terror. Por un instante ya no hay más cantos, ni sirenas, ni nada. Rompe el estruendo.

Los niños abrazan los vientres exclamando: ¡Mamá! Es ahora cuando las mujeres gritan y son los hombres los que lloran. La naturaleza parece añorar su cordura. Un olor penetrante e irreconocible ingresa por las pequeñas ventanas de madera. Los ojos oscuros y rasgados de una mujer improvisan un cuento en el que los ángeles se enojan y pelean porque alguien se portó mal. Todas las noches se repiten idénticas.

Un desquicio de una y mil noches. Viejas imágenes en forma de hongos se elevan hacia los infiernos, desde lo más negro e inflamable de los pensamientos humanos. Por fin y con un gran esfuerzo, amanece. Nahyra tiene siete años. Sus únicos juguetes son una muñeca hecha de trapo y papel, además de un pequeño castillito de arena junto a la puerta del fondo, al que cuida celosamente porque dice que ahí vive el alma de su papá. El día transcurre recogiendo los restos de lo que falta. La puerta de la casa se abre y se cierra hasta el cansancio reconociendo y reconociéndose en el rostro desesperado de los vecinos. Al caer la tarde Nahyra toma su muñeca y comienza a rezar junto a su familia, en tanto Rash observa inquieto todo aquello que se mueva un poco más allá del techo de la casa. Ya es tarde y los presuntos ángeles nuevamente se enojan. Vuelven las sirenas. En un instante, la luz lo abarca todo.

El brillo sobre la casa se hace cada vez más incandescente y el ruido ensordecedor. Aquellos ojos rasgados abrazan todo lo que pueden. Nahyra se ciñe a su muñeca como único refugio y la palabra Dios resuena en todos los idiomas. Rash con el rabo escondido busca cobijo en las polleras de su dueña. El castillo y las arenas vuelan por los aires y con todas las almas. Ya no hay más puertas, ya no hay más fondo, ya no hay atrás. Sólo trapo y papel emanando humo, aferrados por un par de pequeñas manos inocentes. Entre tanto en otro lugar de la ciudad, un olor penetrante e irreconocible ingresa por las pequeñas ventanas de madera. Allí vive Ahmed, que con sus escasos cinco años, comienza la noche rezando junto a los ojos oscuros y rasgados de su madre.

Muy cerca de él hay una pelota de goma con la que mañana, antes de partir hacia la escuela, anhela jugar por un rato con su gatito. Aunque interrumpiéndolo todo, el resplandor del amanecer hoy parece haberse anticipado varias horas, más feroz y vertiginoso que nunca, precipitándose definitiva y rabiosamente esta noche sobre su casa.

ALEJANDRO CESAR ALVAREZ.-  23-03-2003    ARGENTINA-  alecesar008@yahoo.com.ar


  
© Copyright ---Asociación Cultural La magia de las artes. Tu voz en Internet. 
C.I.F.: G04494621--Revista Literaria 1999-2004-I.S.S.N.:1576-8236-Internet I.S.S.N.: 1576-8228 . En internet, sin dominio propio, desde 1994. Charlamos sin abrir la boca, sonreímos sin mover los labios, nos abrazamos sin tocarnos

En la sala de manicura.

EN LA SALA DE MANICURA. Relato erótico






 

T    e quiero amor. Yo también te quiero.  Estamos en esa etapa maravillosa y perfecta donde todo nos parece, sin lugar a dudas, eterno. Él, como otras tantas tardes tórridas, sin ganas de nada debido al excesivo calor, se quedó echando una siestecita con el aire acondicionado puesto, soñando, seguro que sí, porque tiene una cara feliz, la de un hombre satisfecho. Yo, a todo correr, me preparaba para ir al salón de belleza, le prometí que iría  muy temprano, decía que habían venido muchos turistas y a todos les daba por ir a la peluquería o pedían cita para hacerse una limpieza completa, así que deseaba ir a la hora recomendada.

    En el reloj de la escalera daban las cuatro y veinte cuando toqué al timbre.  Me abrió una chica nueva, Susana, dijo que estaba sustituyendo a Pepa, la chica que siempre me atendía, porque se había puesto enfermo un familiar. Muy educada me preguntó si no había inconveniente en que fuese ella la que me atendiera. Con cierto rubor porque había quedado, hacía ya un mes, para hacerme una limpieza completa. Teníamos billete de avión para Tenerife, hotel con playa nudista, y no quería parecer un oso polar del sur de España.


    Bueno, le comenté, eres una profesional, así que no  hay problemas. Cuando tu quieras me avisas y paso. Me miró de arriba abajo y con una sonrisa, que me pareció algo impúdica, se retiró para aparecer cinco minutos después con una bata blanca, pelo recogido y sandalias a juego, pidiéndome por favor que pasara, que todo estaba listo.


    Como siempre, la habitación estaba decorada de forma acogedora para que las mujeres que pasábamos a diario por semejante tortura no deseáramos salir corriendo. La chica había puesto además unas velas aromáticas que olían muy bien. Me ayudó a desnudarme hasta la cintura. Mientras movía la cera, con cierta parsimonia, me habló de una nueva crema, para antes del depilado que suavizaba y abría los poros haciendo más fácil su retirada. Vale. Vamos a probarla. Le dije yo, que no me gustaba sufrir nada de nada. Pobres mujeres, me decía. ¿Porqué seremos tan fáciles de convencer? Se untó las manos con una crema rosa que olía a madreselva y con suavidad me la fué echando por encima, empezando por las ingles. Ese masaje, inconscientemente me empezó a excitar. Intentaba pensar en algo frío, monótono, porque en la posición que estaba, se daría cuenta enseguida de cómo mi clítoris aumentaba escandalosamente de tamaño y mis labios se abrían como las flores en primavera. Ella me hablaba de los chicos que veía todos los días en la playa. Músculos bien formados, glúteos fuertes, morena piel, sanos cabellos, sus manos ahora subían y bajaban alrededor de la comisura de mis nalgas para después seguir subiendo hasta el monte de venus y volver a bajar...


    La crema se absorberá enseguida. Nos llevará poco tiempo. Sin remedio, mi excitación iba en aumento. Con mucha maestría y destreza me empezó a eliminar el molesto vello. Se me escapaban gritos, quejas que ella remediaba pasándome la mano, abierta, acariciadora, sobre mi sexo, mitigando el dolor con el placer que sentía. Limpió todo con una nueva crema para retirar los restos de cera y una loción aromática, sin alcohol, para refrescar. Al terminar, dejó su mano abierta sobre mi sexo aún muy húmedo, acercó su cara a mi cara y me preguntó si me sentía bien. Abrí los ojos y le dije que si, que estaba bien. Entonces siguió acariciando, suavemente, pero con decisión, justo en la parte que más me gustaba, principio y fin de la vida, los labios, para después meter los dedos, sacarlos y volver a acariciar. Estuvo el tiempo suficiente hasta que notó que un flujo viscoso salía de mis entrañas, señal de que estaba satisfecha.


    No hicieron falta palabras, ni besos, ni más caricias. Sólo una crema aromática, velas de colores de olores varios y destreza. Al salir del salón de belleza mis piernas, aún algo temblonas, respondieron al son de mis tacones altos que a duras penas me llevaron hasta el coche aparcado en el parking del edificio. Me prometí volver antes del siguiente mes...cuando volviera de mis vacaciones. ¿Seguiría aún allí?

m.C.B.

En la sala de manicura.

EN LA SALA DE MANICURA



 

Te quiero amor. Yo también te quiero.  Estamos en esa etapa maravillosa y perfecta donde todo nos parece, sin lugar a dudas, eterno. Él, como otras tantas tardes tórridas, sin ganas de nada debido al excesivo calor, se quedó echando una siestecita con el aire acondicionado puesto, soñando, seguro que sí, porque tiene una cara feliz, la de un hombre satisfecho. Yo, a todo correr, me preparaba para ir al salón de belleza, le prometí que iría  muy temprano, decía que habían venido muchos turistas y a todos les daba por ir a la peluquería o pedían cita para hacerse una limpieza completa, así que deseaba ir a la hora recomendada.

En el reloj de la escalera daban las cuatro y veinte cuando toqué al timbre.  Me abrió una chica nueva, Susana, dijo que estaba sustituyendo a Pepa, la chica que siempre me atendía, porque se había puesto enfermo un familiar. Muy educada me preguntó si no había inconveniente en que fuese ella la que me atendiera. Con cierto rubor porque había quedado, hacía ya un mes, para hacerme una limpieza completa. Teníamos billete de avión para Tenerife, hotel con playa nudista, y no quería parecer un oso polar del sur de España.


Bueno, le comenté, eres una profesional, así que no  hay problemas. Cuando tu quieras me avisas y paso. Me miró de arriba abajo y con una sonrisa, que me pareció algo impúdica, se retiró para aparecer cinco minutos después con una bata blanca, pelo recogido y sandalias a juego, pidiéndome por favor que pasara, que todo estaba listo.


Como siempre, la habitación estaba decorada de forma acogedora para que las mujeres que pasábamos a diario por semejante tortura no deseáramos salir corriendo. La chica había puesto además unas velas aromáticas que olían muy bien. Me ayudó a desnudarme hasta la cintura. Mientras movía la cera, con cierta parsimonia, me habló de una nueva crema, para antes del depilado que suavizaba y abría los poros haciendo más fácil su retirada. Vale. Vamos a probarla. Le dije yo, que no me gustaba sufrir nada de nada. Pobres mujeres, me decía. ¿Porqué seremos tan fáciles de convencer? Se untó las manos con una crema rosa que olía a madreselva y con suavidad me la fué echando por encima, empezando por las ingles. Ese masaje, inconscientemente me empezó a excitar. Intentaba pensar en algo frío, monótono, porque en la posición que estaba, se daría cuenta enseguida de cómo mi clítoris aumentaba escandalosamente de tamaño y mis labios se abrían como las flores en primavera. Ella me hablaba de los chicos que veía todos los días en la playa. Músculos bien formados, glúteos fuertes, morena piel, sanos cabellos, sus manos ahora subían y bajaban alrededor de la comisura de mis nalgas para después seguir subiendo hasta el monte de venus y volver a bajar...


La crema se absorberá enseguida. Nos llevará poco tiempo. Sin remedio, mi excitación iba en aumento. Con mucha maestría y destreza me empezó a eliminar el molesto vello. Se me escapaban gritos, quejas que ella remediaba pasándome la mano, abierta, acariciadora, sobre mi sexo, mitigando el dolor con el placer que sentía. Limpió todo con una nueva crema para retirar los restos de cera y una loción aromática, sin alcohol, para refrescar. Al terminar, dejó su mano abierta sobre mi sexo aún muy húmedo, acercó su cara a mi cara y me preguntó si me sentía bien. Abrí los ojos y le dije que si, que estaba bien. Entonces siguió acariciando, suavemente, pero con decisión, justo en la parte que más me gustaba, principio y fin de la vida, los labios, para después meter los dedos, sacarlos y volver a acariciar. Estuvo el tiempo suficiente hasta que notó que un flujo viscoso salía de mis entrañas, señal de que estaba satisfecha.


No hicieron falta palabras, ni besos, ni más caricias. Sólo una crema aromática, velas de colores de olores varios y destreza. Al salir del salón de belleza mis piernas, aún algo temblonas, respondieron al son de mis tacones altos que a duras penas me llevaron hasta el coche aparcado en el parking del edificio. Me prometí volver antes del siguiente mes...cuando volviera de mis vacaciones. ¿Seguiría aún allí?

m.C.B.